Yo serví al rey de Inglaterra (fragmento)Bohumil Hrabal
Yo serví al rey de Inglaterra (fragmento)

"Haile Selassie se marchó haciendo muchas reverencias, los invitados también se inclinaban, los generales de los dos ejércitos se intercambiaban las medallas,
se condecoraban mutuamente, y los delegados del gobierno se prendían mutuamente estrellas en la solapa del frac, y yo, el más pequeño de todos, de pronto noté que alguien me tomaba de la mano: me llevaron ante el secretario del emperador, que me dio la mano para agradecerme el impecable servicio, y además me colgó una condecoración, seguramente la menos importante de todas, pero por lo referente al tamaño era la mayor, con la banda celeste del Orden del Mérito del Trono Etíope; yo llevaba la estrella clavada en la solapa del frac y la banda celeste me cubría el pecho, y aunque tenía la cabeza agachada me daba cuenta de que a todo el mundo le carcomía la envidia, sobre todo al maître del hotel Šroubek, que, de hecho, era quien debía haber recibido la condecoración; cuando vi sus ojos me entraron ganas de dársela: debían de faltarle un par de años para jubilarse y quizás esperaba algo así para abrir un hostal al pie de las montañas donde la gente va a veranear y pasar los fines de semana, un hostal que se llamaría El Orden del Trono Etíope; pero los periodistas y los reporteros ya no cesaban de fotografiarme y de anotar mi nombre en sus libretas; y mientras quitábamos las mesas, yo corría arriba y abajo con la condecoración en la solapa, hasta bien entrada la noche trajinamos cubiertos y platos a la cocina, y cuando
las mujeres de la limpieza, bajo la vigilancia de los detectives disfrazados de cocineros, hubieron limpiado y secado los cubiertos de oro, el maître, el señor Skřivánek, ayudado por el maître del hotel Šroubek, contó los cubiertos, una y otra vez y después otra vez, el dueño volvió a contar las cucharillas de café y cuando terminó, estaba lívido: faltaba una; volvieron a contar y después dialogaron, el maître del hotel Šroubek comentó algo al oído del dueño y éste
pareció extrañado; entretanto los camareros que los otros hoteles nos habían dejado se lavaban para después pasar a la sala donde descansaban los restos de la comida, no solamente para comer un poco, sino también para disfrutar tranquilamente de aquellas delicias con la música de fondo de las conversaciones de nuestros cocineros, que analizaban las salsas e intentaban adivinar de qué especias estaban hechas, preguntándose cómo se habían podido crear unos manjares tan suntuosos y exquisitos por los que el conocido sibarita, el delegado de gobierno Konopásek, que fue catador en el Castillo de Praga, gritara de entusiasmo… Pero yo no comí demasiado porque me daba cuenta que el dueño había dejado de mirarme, ya no le alegraba mi maldita Orden, observé que el
maître del hotel Šroubek le decía algo al señor Skřivánek y de pronto lo vi todo claro: hablaban de la cucharilla de oro, suponían que yo la había robado; me serví una copa de coñac que estaba destinada a nosotros, me la tragué, volví a servirme otra y me acerqué al maître, al que sirvió al rey de Inglaterra, para ver si estaba enfadado conmigo; me dirigí a él diciéndole que era una injusticia que me hubiesen galardonado a mí, porque la condecoración pertenecía al maître del hotel Šroubek o a él mismo o a nuestro dueño, pero nadie me hacía caso, no me escuchaban, el maître Skřivánek miraba el lazo de mi frac tan fijamente como lo había hecho unos días antes con la corbata blanca con los puntos azul celeste parecidos a las manchas de una mariposa, aquella corbata que había cogido del armario de las cosas olvidadas sin pedir permiso. "



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