Insensatez (fragmento)Horacio Castellanos
Insensatez (fragmento)

"Ese domingo me quedé en cama hasta las diez de la mañana, por momentos dormitando, fantaseando a veces con Pilar, sin lograr la concentración necesaria para una buena paja, porque de pronto se infiltraba en mi mente el nombre de Itzel, un nombre sin rostro pero que a través de raros vericuetos mentales despertaba mi morbo, y enseguida el nombre de Fátima, la compañera de apartamento de la toledana, a quien recién conocería este mediodía, cuando los tres nos encontraríamos a comer unos ceviches con cerveza, tal como habíamos acordado con Pilar desde el viernes, cuando la vi hacia el final de la tarde en el patio del palacio arzobispal y le comenté mi breve reunión con monseñor, aún impresionado por el hecho de que el gran capo se fijara de semejante manera en el movimiento de mis manos y también por la lectura de un testimonio que me pareció el argumento de una novela en alguna parte leída y que esta mañana de domingo retornó a mi memoria con ganas de que yo me montara en él sin ponerle cortapisas a mi imaginación, que en realidad no había tal novela sino las ganas de hacerla, de trastornar la tragedia, de convertirme en el alma en pena del registrador civil de un pueblo llamado Totonicapán, de un imbécil que con su necedad propició que le cortaran con machete todos y cada uno de los dedos de sus manos, rebanadas vio caer sus falanges una a una mientras los soldados lo tenían tendido en el suelo luego de quebrarle a culatazos quién sabe cuántos huesos para que aprendiera a no llevárselas de listo, que el celo en el trabajo tenía un límite y ese límite era la autoridad del teniente que ahora blandía el machete para dejar caer un solo y contundente golpe que partió longitudinalmente la cabeza del registrador civil de Totonicapán, como si hubiese sido un coco y estuviesen en la playa, y no en la maltrecha sala de la casa del registrador civil salpicada por la sangre y los sesos del susodicho, quien se había negado una y otra vez al requerimiento del teniente de que le entregara el libro de registro de los difuntos del pueblo, vaya usted a saber el porqué de tanta necedad, cuando el teniente necesitaba con urgencia la lista de los difuntos del pueblo de los últimos diez años para revivirlos y que pudieran votar a favor del partido del general Ríos Montt, el criminal que se había hecho del poder a través de un golpe de Estado y ahora necesitaba legitimarse gracias al voto de los vivos y también de los muertos, para que no hubiera margen de duda, algo que el registrador civil de Totonicapán nunca entendió, ni cuando el contingente militar irrumpió en su casa y él supo que su suerte estaba echada, ni siquiera cuando sentía los golpes filosos que rebanaban sus falanges aceptó que tal libro estuviera en sus manos que estaban siendo cercenadas, aunque el libro sí existiera y él lo tuviera escondido debajo de unos troncos en el patio de su casa, según mi versión, porque el testimonio no daba tantos detalles, prefirió morir antes que entregar el libro al teniente de la guarnición local, que de eso trataría la novela precisamente, de las razones por las cuales el registrador civil de Totonicapán había preferido ser torturado y asesinado antes que entregar el libro de difuntos a sus verdugos, la novela que comenzaría en el preciso instante en que el teniente, con un golpe de machete, revienta la cabeza del registrador civil como si fuese un coco al que se le sacará la apetitosa carne blanca y pulposa, y no los sesos palpitantes y sangrientos, que también pueden resultar apetitosos para ciertos paladares, debo reconocerlo sin prejuicio, y a partir de ese golpe el alma en pena del registrador civil contaría su historia, en todo momento con las palmas de sus manos sin dedos apretando las dos mitades de su cabeza para mantener los sesos en su sitio, que el realismo mágico no me es por completo ajeno. "


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