Una chica en invierno (fragmento)Philip Larkin
Una chica en invierno (fragmento)

""La verdad era que ella también se sentía escéptica. Entre paseos y tenis, preparar sándwiches para comerlos bajo los árboles o simplemente haraganear en la sala, el tiempo transcurría con tal ligereza que ya no la afligía que Jane estuviera siempre con ellos. Daba la impresión, sencillamente, de que no tenía nada mejor que hacer. La señora Fennel y la criada se ocupaban de la casa, y si Jane ayudaba en algunas tareas, era más para entretenerse que para otra cosa. Katherine se preguntaba si todas las jóvenes inglesas tenían tan pocas obligaciones como ella. Como no parecía que se le hubiera encomendado ninguna faena específica, Katherine tal vez habría esperado que se hubiera dedicado a algo útil: hacer punto, arreglarse la ropa o quizá incluso que se hubiese buscado un trabajo en el pueblo. Pero no. De no ser por los cigarrillos, su aspecto era el de una estudiante insatisfecha en vacaciones perpetuas. Nadie sugería nunca que estuviese descuidando algo que tenía que hacer; el tema, de hecho, no se mencionaba jamás. Por lo tanto, tenía todo el tiempo del mundo para pegarse a ellos, a veces silenciosa, a veces peleona. Solo prestaba verdadera atención cuando Katherine contaba algo de su casa: en qué se diferenciaba de la de ellos y cosas por el estilo.
La actitud de Robin no había cambiado. Eran amigos, pero él era el anfitrión y ella la invitada. La trataba como si fuera un chico de su edad a quien quisiera impresionar. No tomaba ninguna decisión sin consultarla previamente y jamás la dejaba sola sin asegurarse de que estaba entretenida con algo. Y eso había empezado a exasperarla. Estaba acostumbrada a obtener de la gente una respuesta rápida, a avanzar paso a paso hacia la intimidad hasta que se cansaba de ellos o hasta que conseguía entablar una relación estable. Con él simplemente se había estancado. Y se irritaba, porque lo encontraba atractivo. Sí solo…, bueno, si se hubiese reído alguna vez o le hubiese hecho abiertos cumplidos, aunque no hubiesen sido del todo sinceros —la más leve forma de coquetear que ella conocía— se habría dado por satisfecha. Al menos eso le habría demostrado que era humano y, una vez obtenido ese tributo, probablemente ella habría olvidado el asunto por completo. Pero cuando le retiraba la silla en el comedor, cuando lápiz en mano proyectaba excursiones en un mapa, cuando respondía a los sarcasmos de Jane echándose lentamente el pelo atrás y mirándola con un tenue aire de sorpresa, cuando de golpe se podía petulante, como quien arroja al aire una moneda nueva, cuando hablaba de las minas de hierro normandas o súbitamente anunciaba que estaba cansado y que no se levantaría de la hierba o hacía con esa misma actitud una docena de cosas más, llegaba a pensar que había estado ensayándolas en su habitación. Cada vez que ella decía algo escuchaba sus palabras con total seriedad, pero como sus palabras a menudo eran triviales e incoherentes, Katherine hubiera preferido que la mirase a ella. Empezó a sentirse confusa y avergonzada. Estaba demasiado pendiente de él, daba mil vueltas imaginando lo que pensaría de ella o cómo enfrentar una sofocada declaración de amor en caso de que él la hiciera. Todas estas fantasías, y otras similares le ocupaban la cabeza, sobre todo a la hora de la siesta o al caer la noche, porque el aire del valle era tan suave que a veces le aflojaba todos los músculos y no atinaba sino a tumbarse en la cama con la ventana abierta o sentarse en el balcón, con el espíritu sensualmente suspendido por encima de sí misma y de los que la rodeaban.
Pero, por lo general, el problema la preocupaba menos que al principio. Una mañana encontró una carta de su casa esperándola en la mesa del desayuno y se alegró tanto que apenas prestó atención a lo que decían los otros. Cuando pasaron a la sala se dio cuenta de que Jane y Robin habían tenido una leve discusión, al parecer porque Robin se había ido a nadar antes del desayuno y Jane se lo había tomado a mal. Aunque tal vez hubiese otra razón que ella no había advertido. La pelea no había concluido del todo cuando Jane abrió apáticamente la caja azul de un gramófono portátil y puso un disco. Solía hacerlo cuando estaba sola, porque más de una vez Katherine había oído música. En el hueco de una de las ventanas había una pila de discos. Ninguno tenía menos de ocho años de antigüedad y Katherine se preguntó dónde los habrían comprado. Todos eran de música bailable. "



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