Perfidia (fragmento)Juan Pedro Aparicio
Perfidia (fragmento)

"La Pérfida Albión, ¿no es cierto embajador? –dijo lord Winson Green con resignada ironía–. Supongo que usted sabe quién acuñó el término. No fueron los españoles, sino los franceses ¿quiénes si no? Un sambenito exitoso que no hemos logrado quitarnos de encima. Pero fueron ellos, los franceses, los pérfidos. Basta mirar un mapa para comprender que Inglaterra y España se necesitan mutuamente frente a los poderes centrales del continente. Ambas son excéntricas a Europa, isla una, península otra, pero cerrado su paso terrestre por la gran muralla de los Pirineos. Nuestros dos países asumieron felices esa alianza natural; duró siglos y fue muy firme. ¿Cómo romperla? He ahí la misión de Francia, a la que se dedicó con tenacidad y astucia. Fijémonos en el momento de ruptura: ese primer tercio del siglo XVI. Ocupa el trono de Inglaterra un inteligente joven inglés, casado con una española, la reina consorte que el pueblo ama como nunca ha amado a otra. Es preciso enturbiar los amores de Enrique, el inglés impulsivo, y Catalina, la española sosegada. ¿Cómo hacerlo? El prestigio de la cocina francesa es determinante. Había en la corte de Saint James, cómo no, un cocinero francés que manejado por París alimentó al rey con muy suculentos platos que contenían un exceso de mosca española, ya sabe, ese coleóptero verdoso del tamaño de una uña, la Lytta vesicatoria de Linneo, que, una vez muerto se deja secar y luego se muele hasta convertirlo en polvo. Su poder afrodisíaco es de sobra conocido. Enrique, ya de por sí impetuoso, dobló y triplicó su potencia amatoria. Catalina se mostró incapaz de seguir el ritmo de su esposo. El rey quiso entonces el divorcio y emparejarse con una mujer más joven. El Papa se negó. Lo que siguió, ya se sabe. Enrique apartó a su reino de la obediencia papal, de modo que el designio maquiavélico del francés resultó mucho más eficaz de lo imaginado. Herejía, dijo la católica España y las dos naciones hasta entonces aliadas y amigas, se separaron, esta vez con permiso del Papa, y lo hicieron para siempre, cambiando el destino de Europa y del mundo. "


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