Los testamentos (fragmento) "Amparada por la oscuridad, y con la ayuda de un taladro, unos alicates y un poco de argamasa, instalé en la base de mi estatua dos cámaras de vigilancia, a pilas. Siempre he sido mañosa con las herramientas. Volví a colocar el musgo con cuidado, y tomé nota mentalmente de que a mi réplica le hacía falta un buen lavado de cara. El musgo concede mayor respetabilidad sólo hasta un punto. Empezaba a rozar el abandono. Esperé con cierta impaciencia los resultados. Sería una gran baza recopilar imágenes irrefutables que mostraran a Tía Elizabeth dejando huevos duros y naranjas a mis pies de piedra en un intento por desacreditarme. A pesar de que nadie podía acusarme de llevar a cabo esos actos de idolatría, me dejaban en mal lugar: se diría que había tolerado esos actos, y quizá incluso que los había alentado. Tales entredichos le podían servir a Tía Elizabeth de palanca para hacerme caer de mi pináculo. No me hacía ilusiones acerca de la lealtad que me guardaba el Comandante Judd: si encontraba un medio para denunciarme sin correr riesgos, no lo dudaría. Es un experto consumado en el arte de delatar. Pero he aquí la sorpresa. Hubo varios días sin ninguna actividad, o ninguna digna de mención, pues no cuento a las tres jóvenes Esposas compungidas, a quienes se concede el acceso a nuestro recinto porque están casadas con Ojos de alto rango, que ofrecieron in toto una magdalena, un panecillo de polenta y dos limones; valiosísimos hoy en día, los limones, si pensamos en los desastres de Florida y nuestra incapacidad para ganar terreno en California. Voy a guardarlos como oro en paño: si la vida te da limones, haz limonada. Y de paso intentaré averiguar cómo han llegado hasta aquí esos limones. No sirve de nada poner cepos a todas las actividades clandestinas, sabemos que los Comandantes han de tener sus pequeñas prebendas, pero naturalmente deseo saber quién vende qué, y cómo entran de contrabando. Las mujeres son sólo una de tantas mercancías —dudo en llamarlas «mercancía», pero cuando interviene el dinero, las tratan como tal— que se mueven clandestinamente. ¿Será que llegan limones y salen mujeres? Voy a consultar a mis fuentes del mercado negro: no les gusta la competencia. Esas Esposas acongojadas deseaban conjurar mis poderes arcanos en su búsqueda de la fertilidad, pobrecitas. Per Ardua Cum Estrus, recitaban, como si invocándola en latín fuese a surtir mayor efecto. Veré qué se puede hacer por ellas, o mejor dicho, quién puede hacerlo: sus maridos han demostrado ser muy flojos en ese sentido. " epdlp.com |