La llamada (fragmento)Olga Guirao
La llamada (fragmento)

"Así pues, abandoné la Base muy confortado por todo aquel afecto pero completamente solo. Para colmo, al entrar en la cabina del transporte, vi la refracción de la luz en la pared y la imagen de ese delicado resplandor oblicuo me acompañó durante todo el descenso. ¿Sería aquel pequeño rayo de luz dorada el último recuerdo de mi hogar? ¿La última cosa que había visto el día que me fui para no volver...? Me costaba creerlo y, al propio tiempo, me parecía inevitable: todo estaba allí —el exilio, el Omnia, la muerte— visible y al alcance de la fatalidad.
A medida que aumentaba la velocidad del descenso, el peso de aquella certidumbre me dolía en el pecho y me dificultaba la respiración; era como si, en el interior de mi locura, hubiera alguien más tratando de detenerme. ¿Qué objeto tenía semejante sacrificio? ¿Por qué me exponía a la contaminación? Yo ya sabía —lo sabía de sobras— que el desconocido en cuestión era el Maestro, así que lo que yo me proponía en realidad no era corroborarlo sino hallar algún detalle en los recuerdos de Jones que me permitiese dar con él. A partir de ahí, todo lo demás era puro cálculo estadístico: ¿Qué posibilidades tenía de encontrar alguna información útil? Muy pocas en verdad. Y si daba con algo que me indicase dónde se hallaba el Maestro en 1958, ¿qué posibilidades tenía de que no hubiera cambiado de escondite en cincuenta años? Muchísimas menos aún. En todo caso, y aunque lograra encontrarle, ¿qué posibilidades habría, después de tanto tiempo en el Laboratorio, de que no se hubiera contaminado del todo e irremediablemente? Ésa ya era una pregunta definitiva y tenía una respuesta terminante: ninguna en absoluto. Por lo tanto estaba claro de antemano que aunque el Maestro siguiera vivo, lo que resultaba bastante improbable, no habría forma de sacarle de allí para ponerle a salvo; en cualquier caso sería un exiliado; entonces: ¿Qué sentido tenía todo aquello?
¿Por qué lo hacía? ¿Qué demonios era lo que yo quería? ¿Decirle adiós? ¿Volver a verle una vez más, aunque fuera a costa de mi vida...?
No sabía qué contestar, no tenía respuesta. Sólo sabía que no podía abandonarle; simplemente no podía. En cierto sentido, era como si hallar al Maestro fuera mi destino y no tuviera más remedio que cumplirlo.
Poco después de medianoche mi transporte se detuvo en la azotea de la casa de Gracia, según lo previsto. La verdad es que se me hizo muy extraño descender en mitad de una ciudad; nunca antes lo había hecho; junto a mí —a mi alrededor— se oía el murmullo de cientos de conciencias, fragmentos de conversaciones, pulsiones sexuales, sueños, temores... Daba miedo y era un poco ensordecedor, como el infierno de Dante. "



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