La telaraña (fragmento)Jaume Cabré
La telaraña (fragmento)

"El alboroto. La agitación era tal que el teniente tuvo que despedirse porque las fuerzas del orden migradas no daban abasto. Hasta el punto de que habían pedido refuerzos a Madrid, que no tardarían nada en llegar. El señor Rigau y compañía aprovecharon para acercarse al ayuntamiento, donde los principales empresarios y el alcalde celebrarían una reunión esa misma mañana.
El frente común de los fabricantes quería proponer al ayuntamiento que interviniera en los tumultos, de manera que no fueran las fábricas las perjudicadas por la mala gestión del gobierno. Hacía un buen rato que Julià Rigau buscaba frases para dejar boquiabiertos a sus colegas. Hay que reconocer que le imponía bastante enfrentarse a ellos, porque, aunque por una parte era la víctima debido al incendio criminal, por otra sabía que aceptar el pedido del ejército había caído mal a los demás fabricantes y a lo mejor se reían de él por lo bajo. Quería reclamar energía contra toda esa gentuza, indiscriminadamente; quería exigir que se cortara de raíz todo intento de revolución, porque ya se hablaba de huelga general revolucionaria, y eso era asunto de los políticos, o tal vez incluso del ejército.
La fiebre se había originado en Barcelona y se extendía por toda Cataluña. Decían que en Barcelona habían incendiado algunos conventos, imagínate, y que mandaban a los frailes al infierno, ¡qué se han creído!, y han llamado a filas a mi hijo, y al hermano de Mercader, oye, y en todos los barrios había familias de reservistas enfadadas por la decisión tan arbitraria del gobierno; no hacía falta ir a Barcelona para ver la impotencia de la gente que había salido a la calle el domingo, y que hoy, lunes, volvía a salir enfurecida a reclamar que volvieran los familiares que se habían llevado, ¡no queremos matar moros, muera Maura! ¡Muera Linares!, y los socialistas y los radicales haciendo proclamas, pero sin mojarse el culo. ¡A la huelga, es la única solución que nos queda! Había que buscar un culpable, y bien sabía Dios que los había. ¡Muera Linares! ¡Muera quien sea! Algunos dedos señalaban una iglesia y cinco minutos después empezaba a salir un hilo de humo, ¡muera la Iglesia, mueran los curas y mueran los santos! Enseguida aprendieron a montar barricadas, ¡muera el gobierno traidor!, y ya había humo en diez o doce iglesias, y eso suponía un respiro para las fuerzas del orden, que no daban abasto desmantelando barricadas y si en Barcelona incendian, también podemos incendiar aquí, la gente estaba enardecida, un montón de reservistas, centenares de manos que nos han quitado, y los mandan a morir con los moros. ¡Maura, moro! ¡Muera Maura, traidor! Y el lunes las paredes de la ciudad amanecieron cubiertas de pintadas. Estaba muy claro que se convocaba una huelga general contra la guerra, como en Barcelona, y además, al lado de Vapor Rigau, las pintadas de letras imprecisas junto a las de la huelga general, las que decían: «Rigau hace tela para el ejército», «Rigau, traidor», «Rigau quiere la guerra», «Muera Rigau», «Muera Rigau», «Muera Rigau». Y al señor Rigau, cuando lo avisaron del incendio, se le grabaron esas pintadas en la retina y pensó que todo estaba perdido, que eran todos una pandilla de hijos de puta; había que ver quién estaba detrás de Mercader, que no era más que una marioneta... Hay mucha gente capaz de hacer eso y más; y odiaba a todo el mundo mientras se dirigía al Vapor en la tartana de su sobrino, que era quien le había dado el aviso, y que ahora decía a Soler que espabilara, que ya tenían que haber llegado, y se encontró con Gavaldà a la entrada de Vapor hablando con un bombero que gesticulaba; se podían apreciar detalles a la luz del sol, la columna de humo espeso y maloliente que se alzaba del almacén de la maldita tela, un montón de duros perdidos en el humo, si lo pillara yo al asesino ese. Y en la entrada, arrimado contra la pared, Nyicris, ese saco de pulgas que nadie se había molestado en retirar del suelo y que contemplaba las idas y venidas con los ojos abiertos, indiferente, con la inmovilidad que solo da la muerte. "



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