Invitación a un asesinato (fragmento)Carmen Posadas
Invitación a un asesinato (fragmento)

"Supongo que a una persona más hábil que yo en esto de poner por escrito sus recuerdos, jamás se le ocurriría elegir como título para uno de sus capítulos uno tan cacofónico como el que acabo de teclear. Sin embargo, he aquí una de las ventajas de no escribir para la posteridad o la gloria: al diablo con la belleza de la prosa. «Historia de una dedicatoria» suena fatal pero sirve muy bien para
encabezar lo que quiero narrar a continuación. La escena comienza en el mismo decorado que el capítulo anterior, esto es, en el salón del Sparkling Cyanide, minutos después de que desembarcara la Guardia Civil. Y lo primero que sucedió entonces fue que todos los allí presentes desenfundaron sus teléfonos móviles en perfecta sincronía y se los llevaron a la oreja. Esto es algo que tengo muy observado últimamente. En cuanto se produce algo fuera de lo común, ya sea un fenómeno meteorológico, un accidente o cualquier otro hecho extraordinario, la gente ya no se vuelve hacia la persona que tiene más cerca para comentar lo ocurrido como se hacía desde que el mundo es
mundo, sino que tira de móvil para llamar a su madre, a su tía o al sursuncorda y dar el parte. Así
pasó también ese día. Durante un buen rato, todos nos dedicamos (se dedicaron, sería mejor decir, puesto que yo no tenía a nadie a quien llamar) a procesionar uno detrás de otro, a lo largo del perímetro del salón, parlamentando con alguien.
Según pude observar también en este caso, tras una primera llamada a su persona más cercana para contarle lo del interrogatorio policial, la segunda que realizaron fue a idénticos interlocutores. En concreto, a sus respectivos agentes de viaje apremiándoles para que les consiguieran billetes con los que salir de la isla («Cuanto antes, sí, sí de inmediato, ha ocurrido un imprevisto muy lamentable», etcétera) . He dicho todos y tengo que rectificar. Este tipo de llamada la hicieron todos salvo Sonia San Cristóbal, Cary Faithful y Vlad Romescu. Los dos primeros porque tenían madre y ángel de la guarda respectivamente que se ocupaba de los latosos trámites relacionados con la intendencia, mientras que, en el caso de Vlad, era porque no tenía adonde ir.
[…]
A mí me hubiera gustado alargar un poco más aquella conversación pero no se me ocurrió nada que añadir. Como ya he dicho, él se había ofrecido a ayudarme con los trámites necesarios para la incineración y entonces me di cuenta de que ni siquiera le había dado mi número de teléfono, por lo que aproveché para hacerlo, una buena excusa para estar un ratito más con él. «También puedes
usarlo cuando acabe todo esto», dije, y de inmediato me mordí la lengua por ser tan estúpida. Antes se derretirán los Polos como dos sorbetes que un hombre como Vlad me telefonee una vez acabados los trámites, me dije, pero bueno, no había que pensar en eso ahora. Lo que yo deseaba en ese momento (y en eso no me diferenciaba en lo más mínimo de todos los que procesionaban pegados a sus teléfonos organizando su partida) era salir cuanto antes del Sparkling Cyanide.
«Y es que nadie desea dormir en un lugar donde se ha producido una muerte, si puede evitarlo», me dije mientras me detenía en echar un último vistazo a mi alrededor antes de bajar las escaleras camino de mi camarote. Era la última vez que realizaría ese recorrido y lo hice muy despacio. Por eso me fue fácil, una vez llegada al rellano inferior, observar que la puerta del camarote de mi hermana parecía cerrada pero no era así. Una fina línea de luz grisácea delataba que sólo
se encontraba entornada, lo que, de alguna manera, incitaba a entrar. La empujé y se abrió sin emitir sonido. "



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