La hechicera del Monte Melton (fragmento)Nicholas P. Wiseman
La hechicera del Monte Melton (fragmento)

"Elena colocó la carta en la cesta y continuó su camino. Muchos pensamientos la asaltaban mientras iba alejándose, pero sobre todo se devanaba los sesos por adivinar lo que había ocurrido, capaz de sacar de quicio en tales términos a Katia. La consecuencia de semejantes cavilaciones fue que había dejado muy atrás el correo y atravesado los arrabales de Broughton, cuando recordó su comisión. Era tarde para retroceder, y tenía bastante que andar. ¿No valdría lo mismo poner la carta en el correo de Somerton? Tomóla en la mano y vio con sorpresa que el sobre decía: a mistress Toppit, en la portería del parque del castillo de Broughton. El asunto se simplificaba así mucho. Entregaría la carta ella misma, no hallándose aquel punto muy distante de su camino. Elena anduvo rápidamente al principio, pero cuando se acercaba a Somerton aflojó un poco el paso porque era delicada y no podía soportar mucha fatiga. Había empezado también a llover, y tenía prisa de llegar a su casa por carecer de paraguas. De nuevo pensó echar la carta en el correo de Somerton, y se detuvo un momento en aquella parte donde el camino que conducía al castillo de Broughton se separaba del que iba a la aldea. El parque estaba cerca, pero había que subir una cuesta muy pendiente. Mientras Elena vacilaba, oyó ruido de pasos, y mirando en derredor se encontró con el pintor que había retratado a su hermana.
[…]
Míster Gregory aguardó hasta que se perdiese de vista y luego miró la carta. Era un hallazgo. El sobre estaba escrito por Edmundo Vane. Situándose debajo de un árbol copudo que estaba al lado del camino, la volvió a examinar, trató de imponerse del contenido, la colocó de modo que le diese la luz y enseguida dirigió en torno una mirada circunspecta. Cerca de sí no tenía más testigo que el cielo. La lluvia caía a torrentes; nadie le observaba. Con mano tímida rompió el sello y con ojos ávidos leyó el contenido de la carta a mistress Toppit; pero se detuvo a considerar si debería ejecutar lo propio con la dirigida a Alicia, y el resultado de sus reflexiones fue que debía conservarla intacta. Determinó entregársela él mismo cuando volviese al castillo, pues la creía con sus padres, de visita en casa de un amigo que vivía distante de allí unas cuantas leguas. También él había estado ausente los últimos días, ocupado en recorrer aquellos pintorescos alrededores; y enviando su saco de noche en el carruaje, había emprendido a pie la última parte de la jornada, con la idea de bosquejar un árbol muy notable.
Guardando, pues, ambas cartas, se dio prisa a llegar a la puerta del parque, dejó atrás a mistres Toppit, ignorante de todo, echó al través de la húmeda yerba para abreviar el camino y entró en el castillo por una puerta lateral, no considerándose en estado de hacerlo por la principal, lleno de lodo y chorreando agua como se hallaba. Apenas estuvo dentro de la casa, cuando un ruido de puertas y de criados que iban y venían, le indujo a sospechar que acababa de llegar alguien. Preguntó, y supo que era miss Vane, y que sir Edmundo y Lady Vane retardarían su vuelta algunos días más. ¡Qué buena oportunidad para entregar la carta, y quizá para descubrir algo de su contenido por la sorpresa de Alicia! pues la carta a mistress Toppit le había impuesto de que no sabía aún la salvación de su hermano.
Subió precipitadamente la escalera, se mudó de ropa, y enseguida bajó al comedor donde los criados estaban preparando el almuerzo. Alicia apareció entonces, no necesitándose gran conocimiento de la fisonomía para percibir su hondo disgusto cuando vio que no era la única que habitaba en el castillo, sino que tenía que sufrir la molesta compañía de míster Gregory.
Efectivamente, Alicia había vuelto con la esperanza de verse sola, al dirigirse sus padres desde la casa donde habían estado de visita a la del coronel Stanhope, y en el mundo no existía para ella sociedad más desagradable que la del individuo que había encontrado inesperadamente en el comedor. La memoria de la repugnancia que le tenía su hermano, había aumentado la suya, y por lo mismo correspondió con una fría inclinación de cabeza a su profundo saludo. "



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