Una mirada al universo (fragmento)August Strindberg
Una mirada al universo (fragmento)

"El profesor del laboratorio analítico se llamaba Riban, igual de desconocido que Troost. Fue amable, bien educado, pero no puedo decir que estuviera interesado en esta importante cuestión. Pero esto siempre es así.
Como prueba intenté examinar la llama de azufre y determinar los gases no quemados entre la superficie de la masa fundida y la llama exterior, por un lado para ver si había ahí hidrocarburos, y por otro, para experimentar con vapeurs nitreuses —varios compuestos de oxígeno que contienen nitrógeno—. El caso es que en Rouen, donde quemé al sol cuatro libras de azufre en un crisol de porcelana, había creído detectar vapeurs nitreuses constantes de color caoba en el interior de la llama.
La segunda prueba consistió en un intento de combustión incompleta mediante cloruro de cobre amoniacal en una probeta, a partir del conocido experimento de Berthelot con éter, que proporciona acetileno.
Una vez terminé con esto, empecé los preparativos para el experimento fundamental. Dos hornos de reverbero se llenaron con carbón. En una se colocó una retorta de barro para el azufre y en la otra se introdujo el tubo para el carbón. Adapté los evasivos corchos al cuello de la retorta y al tubo y enmasillé alrededor de la juntura.
A continuación, y cuando todo estaba a punto, encendí el horno con el tubo de carbón y la calenté hasta un intenso rojo vivo; en ese momento toda el agua se tenía no solo que expulsar sino también que descomponer, en caso de que quedara agua allí. Primero encendí un fuego debajo de la retorta de azufre y lo dejé calentar hasta el rojo vivo.
Con el óxido de plomo tratado con ácido acético y el permanganato de potasio constaté una presencia variada de sulfuro de hidrógeno y ácido sulfuroso.
Cuando el aparato se hubo enfriado, hice pedazos la retorta y descubrí que esta contenía carbón en polvo y que este no podía venir de los pedacitos de carbón en el tubo, sino que tenía que proceder del azufre.
Quiero ahora admitir al experto en la materia que el curso de este proceso parecía más complicado de lo que yo había esperado. El carbón en el tubo, por ejemplo, permanecía aparentemente invariable y desde el principio me había preguntado qué hacía ahí el carbón, pues se sabe que el carbón es invulnerable al calor cuando no se suministra aire. Me parece que una conmutación, un intercambio de componentes tuvo lugar entre el azufre y el carbón, acerca de la cual iba a advertir en mi detallado informe de experimento de laboratorio.
El permanganato de potasio se descoloría de vez en cuando, lo que por supuesto indica la presencia de ácido sulfuroso, pero incluso se precipitó, lo que por supuesto indica la presencia de sulfuro de hidrógeno y amoniaco, porque el manganeso no se precipita de una solución ácida de únicamente sulfuro de hidrógeno.
¿De dónde vino el amoniaco? ¿De dónde el nitrógeno a amoniaco? ¿Contiene el azufre nitrógeno?
Después de un año de continuos estudios, he respondido así: el azufre contiene de todo y nada. Tiene la capacidad de manifestarse bajo la influencia de ciertos reactivos ora como un metano oxigenado, ora como un nitrógeno hidratado, etc.
He escrito la fórmula provisional del azufre (CH4O)n. Y he escrito el nitrógeno CH2 o 1 carbono con 2 hidrógenos.
Esto no es nada extraordinario si el nitrógeno se manifestara durante las manipulaciones con azufre, cuyo metano, CH4, solo necesitaría perder 2 hidrógenos para ser nitrógeno o CH2.
Más tarde me sucedió esto: rasgué azufre e hidrato de potasio. Añadí ácido de sal, y obtuve sulfuro de amonio. ¿Por qué?
En un libro de química de 1830 he visto esta información: «El azufre se funde en vapeurs nitreuses a una temperatura por encima de 150 grados». Lo que da lugar a varias reflexiones.  
Sin embargo, cuando terminé mi experimento con sulfuro de carbono en la Sorbona, fui a ver al profesor Riban para darle las gracias por sus muestras de hospitalidad. Con una amable sonrisa me preguntó si estaba contento con el resultado obtenido. Le contesté que estaba más que satisfecho y razonablemente contento con el resultado.
Me preguntó otra vez si estaba seguro de que ninguna humedad (¡impureza!) me había llevado a engaño.
Le respondí cortésmente que el agua se evapora a 100 °C y se descompone ya a una temperatura más baja que los mínimos 1.200 °C a los que llegó el horno y a los que el oro puede ser fundido. Nos separamos como amigos, y un par de meses más tarde el profesor Troost afirmó desde la cátedra de la Sorbona que yo era una persona ignorante.  
Parece ahora, después de un largo periodo de tiempo, como si la ciencia, la ciencia hecha pública, fuera una popularización y no pudiera dar cuenta de su vertiente esotérica, que aunque no se mantenga en secreto, se ha considerado poco adecuada para ser enseñada. En este sentido, Berzelius estuvo pronto convencido de que el carbono se podía transmutar en silicio, y sostiene firmemente este parecer en su tratado de química, en el capítulo paracianógeno. Un inglés (¿?), Brown, había calentado este compuesto de nitrógeno y carbono, y obtuvo un residuo de silicio en vez de carbono.
Berzelius añade que esta era la primera vez que un químico había conseguido metamorfosear carbono en silicio.
Creía por lo tanto en la capacidad de transmutación de los «elementos simples», como se dice ahora. Que no continuara por este camino indica que temió penetrar demasiado en los misterios de la naturaleza, pero puede incluso señalar que la ciencia pura se ve siempre obligada a mantenerse hasta cierto grado en la superficie de las cosas para poder ser comprendida por la multitud del auditorio y afuera, en las plazas. "



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