Judas (fragmento)Thomas de Quincey
Judas (fragmento)

"La peor lectura que se ha hecho de cualquier pasaje del Nuevo Testamento es la de Francis Bacon, cuando llama «burlón» a Pilatos. Pilatos fue perfectamente serio de principio a fin; en ningún momento se tomó nada a broma y sólo desistió de su denodado empeño por salvar a Cristo cuando su propia situación empezó a verse gravemente comprometida. ¿Se piensan los necios acusadores de Pilatos que éste era cristiano o sentía los deberes morales de un cristiano? Sí no era así, ¿a cuento de qué iba él a buscarse la perdición en Roma por ayudar a un hombre a quien no pudo salvar en
Jerusalén? Que Judas tenía razones para confiar en la intervención de la autoridad romana resulta evidente por lo que efectivamente ocurrió. También confiaba en el pueblo, una confianza que sabemos justificada, por el miedo que Cristo inspiraba en los gobernantes judíos, del que tenemos muchos ejemplos. Si lo temían era precisamente porque lo secundaba el pueblo; de no haber sido por ese sostén. Cristo no les habría infundido más miedo que su mensajero, el Bautista. Pero en lo que quiero insistir aquí (porque el lector podría malinterpretar algunas expresiones) es en que Jeremy Taylor no comete el error de creer que Judas tenía pensado desde el principio perder a su maestro. En ningún momento entiende que se «arrepintió» porque tuvo remordimientos al ver que sucedía algo que ya había previsto y aun deseado.
Admite que Judas fue un traidor, sí, pero sólo en el sentido de que buscó engrandecer a su maestro por métodos que lo llevaron a rebelarse contra él, métodos que no sólo suponían una desobediencia clara y abierta, sino que contravenían el espíritu de todo aquello que su maestro había venido a
realizar al mundo. Fue la rebelión no de un hombre pérfido y malvado, sino de un ciego arrogante y terrenal. Fue la rebelión (como acierta a decir Jeremy Taylor) de una persona que quiso hasta el final que la voluntad de su maestro se cumpliera, pero usó medios que contravenían esa misma voluntad. Con respecto al triste fin que tuvo la vida de Iscariote y al desconcertante relato que hacen de él los Hechos de los Apóstoles, nuestro obispo concluye así su narración; «Judas se ahorcó y su castigo fue tanto más notorio y eminente porque ocurrió algo que no es habitual en esa clase de muerte: se hinchó hasta reventar y sus entrañas se derramaron. Ahora bien, el comentarista griego y algunos otros cuentan, siguiendo a Papías, estudioso de san Juan, y que Judas, antes de morir, cayó de la higuera de la que se había colgado y sobrevivió durante algún tiempo. El espectáculo de su agonía fue triste y lamentable; un tumor creció en su vientre, que se dilató más allá de lo naturalmente posible hasta reventar».
Esta versión corregida de Papías es sin duda un relato más inteligible de lo que de otra manera dista mucho de serlo, por ejemplo ese «cayó de cabeza». Pero en todo lo demás no es sino un disparate, y el único rayo de luz que arroja —a saber, la presencia de una higuera desde cuya altura es posible caer de cabeza o de cualquier forma— prueba que en este punto el texto sufrió una grave alteración: si no. ¿Cómo se explica que una circunstancia tan importante desapareciera sin más ni más del relato? En todos los libros canónicos hay pasajes en los que el azar o la somnolencia, la ciega estupidez o la presunción temeraria de los copistas han introducido errores que alteran gravemente el sentido y la coherencia del texto. Felizmente, muchos de estos errores se han corregido gracias a sugerencias ingeniosas, muchas de las cuales las ha sancionado luego el descubrimiento de nuevos manuscritos o el cotejo cuidadoso de los viejos. En este caso, bastaría un cambio mucho más leve de lo que podría imaginarse para dar un sentido nuevo y pleno al texto que ha sobrevivido. Para empezar, entiendo que la frase «cayó de cabeza» no se refiere a la caída de una higuera ni de ningún otro árbol, para el caso. Esa higuera es sin duda producto de la imaginación y la inventiva, lo que permite agruparla con otras muchas conjeturas audaces que chocan al lector discreto por impertinentes, licenciosas y gratuitas pues no se basan ni siquiera en indicios que puedan apreciarse en el texto. "



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