Ha dejado de llover (fragmento)Andrés Barba
Ha dejado de llover (fragmento)

"“No sabía por qué, todas las respuestas de Anita le provocaban una sonrisa. Anita tampoco se inquietaba porque la situación fuera un poco extravagante, más bien tomaba aquellas conversaciones y paseos como una extensión natural de su trabajo, pero, al igual que en mamá, algo había cambiado en ella. Parecía más nerviosa, más cauta, como si tratara de decirle algo intraducible desde su español al de ella. De cuando en cuando contaba algunas cosas un poco más íntimas de su infancia y su adolescencia en Medellín, hablaba de su madre o de su ciudad. Explicó que cuando le dijo a su madre que estaba embarazada, la encerró en su habitación, cogió una correa y le puso el culo en carne viva. Lo dijo sin pasión y sin rencor, como si no hubiese que atribuirle al episodio mayor importancia, pero a la vez con una fuerza misteriosa, la de su propia indiferencia quizá. Escuchar aquel tipo de anécdotas le dejaba a ella una sensación extraña, la de que existía un mundo en el que no servían de nada sus verdaderos instintos, un mundo en el que su indignación legítima no tenía ningún valor. Luego, al final del segundo encuentro, lo dijo por fin. Llevaba un abrigo negro y barato, con capucha, y había estado jugando durante toda la conversación en la cafetería con un teléfono móvil de color rosa que seguramente se acababa de comprar con su primer sueldo. Parecía una colegiala.
[…]
Otro día, en el mes de octubre, durante una de las habituales ausencias de papá, yo estaba leyendo en el cuarto de huéspedes delante del escritorio antiguo.
Leía, o mejor dicho releía, uno de mis libros preferidos por ese tiempo: Los mártires de Chateaubriand. Era una edición rarísima encuadernada en cuero blanco con detalles en oro. Era algo bello como bella fue toda la jornada, casi envuelta en un clima de ensueño, todo azul, hasta el granito de la montaña y las sombras de los árboles, un azul que se reflejaba sobre las paredes de la
habitación y sobre el escritorio que brillaba como si fuese de cristal.
Toda esa belleza y el encanto mismo de la lectura suscitaban en mí una impresión de sueño. Casi sentía temor por volver la página, como si se tratase de abrir una puerta por donde podría penetrar una atmósfera diferente; y de hecho, cuando se entreabrió la puerta de la habitación, el mundo cambió de aspecto para mí. Apareció un hombre del cual no había escuchado la llegada. Sus ojos negros me observaban curiosos y atontados, y parecía que mi presencia le impidiese mover los pies más allá del umbral. "



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