La guerra del General Escobar (fragmento)José Luis Olaizola
La guerra del General Escobar (fragmento)

"El gracejo de su acento cantaba ser andaluza, y ciertamente lo era, de Córdoba, según ella misma me contó. Teníamos pocas ocasiones de hablar, ya lo he explicado, por lo muy atareada que ella andaba. Algunas más tuvimos cuando comenzó mi rehabilitación, pues le correspondía a Magdalena ayudarme a levantar de la cama, sentarme en una silla de ruedas al principio, luego en un sillón y más tarde recuperar la costumbre de andar.
Por deferencia a ella, y a mi propia intimidad, me esforcé desde el primer momento en levantarme solo de la cama para dispensarle de prestarme ayuda tan delicada.
Apenas duró un mes esta situación y a mí me parece el tiempo más largo y cumplido de la guerra. Durante él, me olvidé de que seguía al servicio de un Gobierno cuyo ideario no podía compartir y que estaba empeñado en una guerra en la que luchaba contra mi hijo José y contra mi hermano Alfredo. Tan absurda me parecía esta situación, que soñaba en que pronto tendría remedio y se restauraría la concordia. Ignoraba cómo se produciría tal milagro, pero lo necesitaba para establecer lícitas relaciones con aquella mujer a la que yo creía no serle indiferente. De lo que sí me aseguré es de que no estuviera casada.
Lo que me agrada lo escribo seguido y sin esfuerzo. Así me ha ocurrido con lo anterior. Según avanzo con estos apuntes temo me distraiga en mis recuerdos personales y con ello defraude a mis compañeros de la prisión del Cisne, de Madrid, la primera en la que estuve. Ellos fueron los que me instaron a escribirlos para que se supiera la verdad. ¿Qué verdad?
La verdad que a mí me interesa en estos momentos, la confronto con el sacerdote que me atiende. Afortunadamente, ya me permiten asistir a la misa diaria. Recuerdo que cuando mi hijo Antonio estaba de teniente en Villalba, mi destino era Madrid y durante el tórrido verano madrileño alquilamos una casa para pasarlo en ese pueblo, que por su proximidad a la sierra de Guadarrama es de aliviada temperatura, sobre todo por las noches. Aunque no era mujeriego, en el mal sentido de la palabra, sí andaba preocupado de mi buen parecer, siendo entonces importante para los guardias civiles el mostacho, de puntas retorcidas, que las manteníamos enhiestas durmiendo con bigotera. Pero era tal mi preocupación por este punto que los domingos, único día de la semana que pisaba la iglesia, no me quitaba la bigotera hasta el último momento, dando ocasión de llegar tarde a la misa con enfado de mi mujer, que con razón me reprochaba tan tonta vanidad. Era a la sazón poco piadoso. "



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