Luz perfecta (fragmento)Marcello Fois
Luz perfecta (fragmento)

"Marianna Chironi, viuda de Serra-Pintus, supo sin sombra de duda que había llegado su último día por el hecho de que hubiera todo ese gentío en la cocina. Verdaderamente mucha gente. Y no gente cualquiera. Estaban su padre y su madre, y Gavino. Y estaban también los gemelos Pietro y Paolo. Incluso Franceschina y Giovanni María. Y Luigi Ippolito, con Vincenzo. Estaba Dina y también Cecilia; y después Biagio. Giuseppe Mundula estaba. Y estaban otros que ella ni siquiera sabía que conocía.
Por eso pensó claramente que debía de ser el último de sus días. Comprendió que le había sido asignado ese mayo indeciso. Habría preferido uno de esos mayos luminosos en los que los días se sacian de luz porosa, rebosante de polen. Es decir, cuando el vacío se muestra como materia por entero compacta, más que como la Nada inmaterial. Y presenciar el milagro de la Nada que se llena, aunque siga siendo lo que es, ya parece el resultado extremo de una vida larguísima.
Ahí Luigi Ippolito se encogió de hombros, porque él, que había estudiado, sabía bien que no hay milagro alguno en el polvillo que invade hasta la más mínima porción del aire que respiramos; es solo el modo en el que, a través de una cuchilla de luz, tal vez infiltrándose por una persiana entreabierta, todo ese hormigueo se manifiesta como tal, contra la aparente ausencia, en la penumbra.
Y Marianna dijo que sí con un gesto, que ciertamente conocer las cosas las hace más familiares, menos asombrosas. Y tal vez, pensaba, saber demasiado implicaba renunciar precisamente al estupor.
En cualquier caso, tenía que contentarse con ese mayo desvaído.
«Me estoy muriendo», se dijo a sí misma, pero sin regocijarse demasiado ante tal circunstancia por temor a que su alegría se viera correspondida, por despecho, con una reconsideración. Por eso, como si nada, se sentó en su silla frente a la chimenea fingiendo que ignoraba a toda esa gente que repentinamente había abarrotado la casa. Echó un vistazo al postigo que daba al patio; una mañana gris y ventosa, igual que el día de su boda. Estuvo tentada de girarse hacia su madre Mercede para preguntarle si ella podía confirmar esa sensación. Y si se acordaba de lo mucho que se había quejado, al levantarse aquella mañana, al ver aquel tiempo inestable, mientras los invitados empezaban a llegar. Marianna siempre había pensado en su matrimonio como si se tratara del matrimonio de otra mujer. Por lo que a ella respectaba, siempre había sido soltera o viuda, de su corto periodo de esposa no recordaba casi nada. Y también su experiencia como madre había sido muy breve. No había que tenerla en cuenta. Todo lo que había aprendido lo había aprendido por sustracción. Había tenido una escuela durísima. Siempre castigada en el rincón de los burros, con las rodillas apoyadas sobre garbanzos para escarnio público. Pero le había servido para no hacerse demasiadas ilusiones, para captar las cosas al vuelo. Ahora se estaba muriendo. Lo sabía y no tenía miedo, estaban todos con ella en la cocina. Y confiaba en que la llamaran de un momento a otro. Se le hacía cada vez más difícil fingir que no pasaba nada. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com