La mujer acorralada (fragmento)James Oliver Curwood
La mujer acorralada (fragmento)

"Desde el momento en que conoció la historia de MacDonald, una transformación pareció operarse en Joanne. Fue como si hubiese conseguido escapar de sí misma, libertarse del terror o del pesar que hasta entonces embargó su corazón. Aldous comprendía que su visita a la tumba de Saw Tooth Mountain era de extraordinaria y profunda significación para ella y que, desde un principio, había estado bajo el peso de una tremenda tensión física y moral. Pensaba que aquel día sería por todos conceptos terrible para la joven, y en más de una ocasión pudo notar sus esfuerzos para fortalecerse contra la crisis que se aproximaba. Al acercarse el fin de la jornada, su inquietud y su incertidumbre, el temor que procuraba disimular, se hacían más patentes.
Por tales razones el cambio que notó en ella era no tan sólo inesperado, sino en extremo intrigante… Parecía hallarse bajo la influencia de alguna emoción nueva y dominadora. El color de sus mejillas hablase acentuado. En todo su porte se advertía una diferencia e incluso su voz tenía entonaciones hasta entonces desconocidas.
Era una nueva Joanne; una Joanne que por de pronto, al menos, había roto las cadenas de opresión y terror que la esclavizaban. En el angosto sendero montaraz cabalgaba detrás de ella, con un placer casi superior al de ir a su lado, porque únicamente cuando se sabía seguro de escapar a su escrutinio se permitía dar rienda suelta a los sentimientos que habían transformado su alma. Siguiéndola, podía mirarla, recrearse en ella, adorarla sin temor a ser descubierto. Sus más leves ademanes, los más insignificantes movimientos del esbelto y grácil busto le producían exquisita sensación y los fúlgidos reflejos del maravilloso cabello acrecentaban un contento que ya no podía aminorar recelo o aprensión una. Tan sólo en aquellos instantes en que, siendo tan cercana su presencia, sus ojos no le veían, podía abismarse por completo en la contemplación de lo que representaba para él y también en lo que él suponía para ella.
Durante la primera hora de ascensión por la quebrada que conducía al valle fue escasa la oportunidad de conversar. El sendero era un antiguo camino indio abandonado, angosto y en ciertos trechos extremadamente abrupto. Por dos veces, Aldous hubo de ayudarla a echar pie a tierra para poder franquear con mayor facilidad parajes a su juicio peligrosos. Al ponerla de nuevo a caballo, tras una penosa marcha de cien empinadas yardas, jadeaba de fatiga y sintió la dulce caricia de su aliento en el rostro. De momento su dicha anuló en su mente a otra idea. Fue MacDonald quien le volvió a la realidad.
Habían llegado al límite de la quebrada y el veterano oteaba con su catalejo el valle por donde habían venido. A sus plantas se divisaba Tête-Jaune bañada por el sol. Súbitamente, Aldous tuvo la intuición de que aquél era él, punto desde el que MacDonald espiaba a sus enemigos. "



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