Lo mucho que te amé (fragmento)Eduardo Sacheri
Lo mucho que te amé (fragmento)

"“Juan Carlos cruza la habitación para acompañar a Manuel, quien se limita a hacer un gesto general de saludo, como si la urgencia de hablar con mi novio fuese más importante que las más elementales muestras de cortesía. ¿Ni siquiera se acerca a saludar a mamá y papá? ¿Ni siquiera a su novia, que está tan sorprendida como yo con esta visita intempestiva? Manuel está tan ensimismado que ni siquiera repara en que mamá lo invitó a usar la sala. Precede a Juan Carlos hacia la cocina, se meten ahí y cierran la puerta de vidrio esmerilado detrás de ellos.
Es estúpido, pero ver sus siluetas borrosas en la cocina me devuelve al centro de la angustia. Se me olvida la indignación que estaba empeñándome en sentir.
Esa cocina es testigo de la situación más embarazosa que atravesé jamás y quiere el destino reírse de mí, esta noche, la víspera de mi casamiento, juntando en ese sitio a los dos hombres que involucré en la acción más humillante de mi vida.
Más lo pienso y más la angustia me sube a bocanadas que me ahogan. ¿Qué otra razón puede tener Manuel para esta irrupción que no sea generar un escándalo por lo que pasó entre nosotros?
Mechita Ramírez.
Ese nombre me golpea la mente como el chicotazo de una rama. Mechita Ramírez, que es lo mismo que decir el derrumbe del mundo entero. Mechita Ramírez, que es la condensación de toda la humillación y toda la desdicha.
Hace años que ese nombre no suena en nuestra casa. En una época sí. O en dos. En la primera, con la liviandad con la que se nombra a las amiguitas del barrio. Amiguita de Rosa y de Mabel, porque era apenas más chica que ellas, y de vez en cuando mamá las dejaba jugar juntas. En la segunda, en los cuchicheos nerviosos de mamá con la tía Rita, las medias palabras con mis hermanas grandes, las elusiones sospechosas cuando Delfina y yo nos atrevimos a preguntar qué tramaban al hablar de ella.
Nunca se nos dijo todo —palabra por palabra— lo sucedido con Mechita.
Debimos juntar algunos fragmentos chuecos, como los de un florero hecho añicos, y sumarles nuestras deducciones, nuestros miedos y nuestras sospechas.
Y así Mechita se convirtió en la parábola de todo lo malo que espera a una chica que toma el mal camino, que se adentra en el infierno del deshonor. Creo que si nos juntásemos con nuestras hermanas grandes, dispuestas a contrastar nuestras cuatro versiones de los hechos, saltarían a la vista innumerables disidencias.
Apenas coincidiríamos en lo fundamental: un novio muy guapo, escasa vigilancia familiar, confianzas abusivas. Y luego la precipitación en el infierno.
Los largos meses con Mechita de viaje lejos, desaparecida del barrio, y de repente Mechita de regreso y empujando un cochecito de bebé por la calle Cabrera. Sin una explicación. Sin una palabra. Ni de la madre, ni del padre, ni del hermano, ni de Mechita. "



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