El muro de la memoria (fragmento)Anthony Doerr
El muro de la memoria (fragmento)

"Para finales de semana los ingenieros se han ido. La hilera superior de señalizaciones rojas biseca la ladera de roca de la montaña encima de la población. El río ascenderá sesenta y cuatro metros. Las copas de los árboles más altos no llegarán a la superficie; el aguilón del Ayuntamiento no hará ni acercarse. Intenta imaginar el aspecto que tendrá su jardín a través de tanta agua: el peral chino y el placaminero, los nudos fangosos de la enredadera de las calabazas, el vientre de una barcaza pasando quince metros por encima de su tejado.
Al otro lado de la malla metálica de su gallinero los chicos del vecino susurran historias que giran en torno a Li Qing. Cuentan que ha matado a hombres; su trabajo consiste en librarse de todo aquel que no apoye la construcción de la presa. Lleva una lista doblada en el bolsillo de atrás, y en esa lista hay nombres; cuando identifica a la persona que se corresponde con un nombre, te lleva al
embarcadero y los dos vais río arriba pero solo vuelve uno.
Cuentos, nada más que cuentos. No todas las historias tienen un poso de verdad. Aun así, ella se acuesta en la cama y se hunde a través de la superficie de las pesadillas: El río asciende por los pilares de la cama; el agua entra por las persianas. Se despierta ahogándose.
Bajan las viejas escaleras hasta los muelles y cruzan el Puente de las Hermosas Miradas; las boyas de las nasas se revuelven de aquí para allá en los rápidos y media docena de esquifes se rozan con sus amarras.
El viento trae olor a lluvia. De vez en cuando Li Qing pierde pie delante de ella y caen rodando al agua unos guijarros.
El río se traga todos los demás sonidos. Solo se aprecian los súbitos descensos de los murciélagos que se precipitan desde los altos muros, la luz de la luna que se posa sobre hileras de maíz lejanas y las líneas plateadas de los rápidos allí donde el río se frunce contra sus orillas.
[...]
Al parecer no hay prácticamente nada que la gente no pueda llevarse: tejados, cajones, alfombras de fieltro, molduras de ventana. Un vecino se pasa todo el día subido a una escalera retirando tablillas del tejado; otro arranca adoquines de las calles. La mujer de un pescador exhuma los huesos de tres generaciones de gatos domésticos y los envuelve en un delantal.
También dejan cosas: estuches de maquillaje agrietados y ristras de petardos quemados, deberes de aritmética calificados y círculos limpios de polvo encima de una repisa donde había unas estatuillas. Lo único que encuentra en el interior del restaurante son los pedazos de una pecera rota; lo único que encuentra en la zapatería son tres pares de medias azules y la mitad superior de un maniquí de mujer.
En todo ese mes la conservadora de semillas no ve al Maestro Ke ni una sola vez. Cae en la cuenta de que está empezando a buscarlo. Los pies la hacen pasar por delante del cobertizo diminuto y medio hundido del maestro, pero la puerta está cerrada y no atina a ver si hay nadie dentro.
Igual ya se ha ido. La carta de Li Qing está encima de la mesa, pequeña y blanca. «No falta mucho para julio. No tienes que seguir siendo leal a un lugar toda la vida.»
Hay noches en que, sentada a solas entre el millar de sombras tenues de los recipientes de semillas, se nota un poco mareada, a punto de perder el equilibrio, como si su hijo estuviera tirando de ella desde el otro extremo de un cable enorme e invisible, como si le hubieran conectado al cuerpo miles y miles de hilos individuales. "



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