La fiel Infantería (fragmento)Rafael García Serrano
La fiel Infantería (fragmento)

"Voy a despedirme de todos y ya no escribiré más porque mi tiempo estará cerca del peligro y lleno de piojos. Los piojos dan veteranía; no se tienen piojos así como así. Ahora la vida marcha por donde debe marchar. Y me duele abandonar a estos camaradas en espera de algo que no llega. Una bandera no puede obrar por su cuenta, pero un individuo puede recibir un papelito azul.
Aquí he permanecido varios meses de guerra. La primavera nos trajo alegres consignas; en un momento fuimos hasta sospechosos, para que nada nos faltase. Llevaba nombre y zambra la bandera. El verano, por las tardes, nos llenaba la sangre de un viento ofensivo. Los montes se echaban unos a otros, como pelotas, el rumor de la batalla en el Norte. Hicimos marchas y contramarchas pisando los invisibles talones de los contrabandistas, de los espías, de los huidos. Vimos fuerza del otro lado y los fusiles cobraron un aire militar dejando el bucólico de palo de boyero. Emborrachamos confidentes. Otoño vino mojado, bien mojado, y he aquí que casi lo recibo con gozo, hoy que llueve concienzudamente, con dulce parsimonia montañesa.
Todo eso acabó esta noche. Ya no jugaré al mus con los carabineros, ni oiré los versos del asturiano, ni esperaré el parte. Porque desde ahora yo haré, cada día, un poco el parte.
Voy por el pueblo diciendo adiós a los días tranquilos. Adiós a los bailes furtivos después del rosario. Salían ellas con sus nombres feos —del santo del día— o con sus nombres bonitos, y mientras las gentes paseaban por la carretera, cruzada por el foco del auto del panadero, nos encerrábamos en la cocina grande, de campana, alrededor del fuego. Sin hablar sacábamos el gramófono. Llegaba un olor a hierba desde el pajar. Era el tiempo de la nieve y el agua. Los capotes se secaban despacio y añadían, con su olor de humedad, verdura a la hierba. Ya no bailaré.
Adiós a las noches altas de vigilancia. No pasaba nadie y pasaban el agua, el viento y el frío. Muchas veces nos arrimábamos a la borda de la «Pelos» y allí nos vendían un mal coñac, que era poco remedio para el vendaval del Quinto. En cambio, era un puesto alegre aquel que estaba cerca del chamizo donde vendían a los franceses sardinas y vino. Los domingos en primavera y todos los días en verano merendaban allí chicas del otro lado. Veraneantes de la costa que venían hechos unos papanatas creyendo que iban a ver alguna batalla. Todo el monte era orégano, y al anochecer mirábamos las estrellas y el camino de Francia. Todavía nos ardían las orejas. Adiós las bordas, las noches de dos tierras y las tardes de dos sangres.
Adiós al cabaret. Creo que fue por abril. Eran tres hermosos caballos y un viejo sargento. Venían de los pueblos con las yeguas en celo, y si nos tocaba el descanso en el pueblo tomábamos asiento en las bardas del corralillo para ver la pelea. Llamaban siempre con el alazán elegante. "



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