Muerte por agua (fragmento)Julieta Campos
Muerte por agua (fragmento)

"Así, casualmente, como si no tuviera mayor importancia. Quizás así conseguirá que no le pregunten, que no se extrañen si deja de interesarse, que no le digan que, después de todo, la idea había sido suya y resulta un poco raro que ahora… No había querido mirarse más en el espejo, seguir viendo esa imagen, su cara, donde ya no podía reconocerse. Le había dado la espalda, bruscamente, a la cara envejecida, adelgazada, a los ojos cansados, a las arrugas debajo de los ojos, a la piel demasiado transparente, casi azulosa. Quiso salir corriendo y que, al cerrar la puerta, desapareciera el cuarto, con todo lo que tenía adentro, igual que en los cuentos de hadas. Tropezó con una mesita baja y estuvo a punto de caerse. Cuando intentaba recuperar el equilibrio, con esa vergüenza íntima de sorprenderse en falta a uno mismo, vio el montón de muñecas desnudas, los cuerpos de tela color carne, los brazos, las piernas, la cara de porcelana blanquísima, lechosa, las cejas pintadas con un solo trazo de negro, las chapas rojas en los cachetes redondos, hinchados como si se estuvieran riendo, los labios escarlata, entreabiertos, los ojos de pasta con las pupilas verdes, desmesurados, con las puntas de las pestañas larguísimas tratando de alcanzar las cejas, diminutas como pequeños cadáveres monstruosos, escandalosamente maquilladas, como criaturas muertas antes de nacer. Las flores de papel, los objetos que llenaban las paredes, las mesas, el suelo eran las ofrendas de un culto funerario olvidado, que rodeara a los muertos de cosas muertas, de cosas sin dueño, para protegerlos de cualquier nostalgia inoportuna de la vida.
Lo había palpado desde el principio, lo había sentido sin poder localizarlo, sin saber si era algo concreto, que surgía de la distribución de las cosas, de las cosas mismas o del encierro del cuarto, de la falta de aire o de la humedad que parecía estar a punto de cubrirlo todo de verdín, esa humedad mucho más fría que en el resto de la casa, como si aquello fuera una vivienda lacustre. Sin saber si era algo de todo eso u otra cosa más indefinida o que sólo hubiera entrado con ella, que ella misma hubiera puesto en el ambiente, que hubiera fabricado y pudiera desaparecer si salía de modo que nadie, si entrara allí después, podría descubrirlo.
Ahora sabía. Sabía que no lo había inventado o, por lo menos, que sólo lo había inventado como el cuarto mismo, que era su obra, y que así, en esa medida, también lo era esa emanación enfermiza, esa morbidez vaga que ya estaba en las fantasías, en las anticipaciones, en las imágenes del proyecto que había cultivado amorosamente como lo haría, en el mayor secreto, el adicto a los delirios propiciados por una hierba prohibida. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com