El reclamo (fragmento)Raúl del Pozo
El reclamo (fragmento)

"Primero los políticos se vistieron de sargentos, cuando desde el exilio pensaron que la resistencia de las montañas era lo correcto. Empezaron a comprar lanchas motoras para el desembarco. Pero después empezó la guerra fría. Vieron que no venían en ayuda los ejércitos vencedores y entonces cambiaron de táctica. No tenían ni puta idea de lo que pasaba en el interior. Pensaron que las acciones de los hombres armados habían alcanzado su techo. El de la guerrera y las botas de mariscal que fumaba en pipa les dijo que los de la partida debían ser destinados a proteger a los dirigentes del Partido de los Fusilados. Ya no era el momento del combate. Les dio medio millón de dólares, un abrazo y la orden de disolución. La Dirección planteó la conveniencia de la retirada y la disolución. Los jefes decidieron que, a la luz de un examen concreto de la realidad, el deber era ligarse a las masas. Perdía su razón la lucha de las partidas. Se decidió la disolución. En vez de luchar entre los pinos había que pelear entre los tranvías.
La operación de retirada fue muy difícil. Algunos no la aceptaron y siguieron en el monte. Fueron a rescatarnos a la sierra siete hombres, y la mayoría han muerto. Algunos sin una esquela, otros con el saludo de los periódicos de las pequeñas agrupaciones. Pero el jefe de la expedición era Sidecar, el de la victoria o la muerte, «Patria o Muerte, venceremos», el escalofrío del primer y el último salto en paracaídas, un hombre, tres cargadores. Jamás se sentaba de espaldas a la puerta. En realidad casi nunca se sentaba en ninguna parte. Siempre vivió al acecho. Incluso muchos años después, cuando ya no iba a las guerras ni llevaba dinamita en los bolsillos, cuando ya era un jubilado y vivía de las pensiones de los países en los que luchó, no se fiaba de nadie aunque hablaba con todo el mundo, como si quisiera averiguar algo de todas las personas con las que se encontraba. Le llamaban Sidecar porque iba en ese tipo de moto cuando tenía que adelantarse a los batallones para poner minas.
Cuando llegó el equipo de rescate a la sierra, estuve a su lado una mañana mientras hablaba con Grande, con Gafitas y otros mandos al lado de una lumbre de roble, tomando café. Yo estaba de vigía en lo alto de una roca gris. Si me hubieran interrogado, pocos datos me habrían sacado de él. Nunca le vi de cerca. Vi al radiotelegrafista, que nos dejaba escuchar los partidos de fútbol, y no solo la radio de los mensajes. Incluso hablé con el comisario político, que me hizo una serie de preguntas sobre armamento y sobre nuestras familias, pero nunca cambié una palabra con Sidecar. Parece que, efectivamente, antes de subir a las montañas había llegado en barco, luego atravesó las viñas de moscatel, con los guardias siguiendo su rastro, y consiguió subir a los campamentos. No fue una tarea sencilla caminar cuarenta noches con cuarenta kilos a la espalda. El radiotelegrafista reconoció que tuvieron que asaltar algunas masías, para requisar gallinas, chorizos y perniles, aunque siempre pagaron los productos que se llevaron. De esa acción me habla Bazoka en la UVI. Solo al final de la conversación logro que diga algo que yo no sabía. "



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