La casa del malecón (fragmento)Yuri Trifonov
La casa del malecón (fragmento)

"Posteriormente Glébov observó que Sonia se interesaba por las más absolutas nimiedades de su infancia, de su vida con sus padres, le interrogaba acerca de pormenores innecesarios de su pasado. Aquel impulso de amor que el remiendo había suscitado en Sonia, tomó la forma de un sueño: conseguir dinero y regalarle una cazadora nueva con una nota: «De un amigo anó­nimo». Y otra fuerte impresión relacionada con Glé­bov: horror y amor fundidos en un instante. Fue cuando le vio en el balcón desde su ventana. El Quí­mico al otro lado de la reja y el rostro de Glébov petrificado, medio muerto de miedo, como si ya estuviera allí abajo, sobre la calzada. Fue un instante terrible. ¿Lo recordaba Glébov? Claro que sí. Una chiquillada para no olvidar en toda la vida.
—Bueno, y pequeños disgustos... —dijo Sonia—. Por ejemplo, cuando te dio por enamorarte de la tonta de Tamara Mischenko..
Glébov se echó a reír. ¿Qué Tamara Mischenko? ¿Aquella chica gorda, enorme, que parecía un seto de flores? Los dos reían. Estaban empapados de sudor y se secaban mutuamente el cuerpo con una toalla.
Al día siguiente —era, al parecer, domingo— llegaron los padres de la muchacha con Vasiona. Glébov estaba convencido de que adivinarían enseguida lo que le había sucedido a su hija y se preparó para lo peor. Pensaba que no hacía falta una especial perspicacia para percatarse de ello. Pero Sonia se comportó de forma tan natural y con tal sangre fría, los recibió con tal júbilo y los trató con tanta atención y cariño que Glébov estaba en el fondo asombrado y los padres no advirtieron nada. Claro, que eran bastante inocentones. Esa era la explicación. Unos inocentones bondadosos, completamente enfrascados en sus asuntos. Y además, igualitos los dos.
Aquel día Nikolái Vasílievich estaba de mal humor, andaba sombrío y no prestaba atención a nada. La comida transcurrió en un ambiente tenso. Glébov pensó: «¿No sería su presencia la que impedía que la conversación cuajara?». Susurró a Sonia: ¿y si se iba? Sonia dijo que no con la cabeza.
—Ni se te ocurra irte. Está disgustado por algo. Tú nada tienes que ver.
Después de comer dio un paseo con Sonia. Por la tarde, el viejo, tras dormir un par de horas, se ablandó, se franqueó y les explicó que era precisamente el asunto de Astrug lo que le preocupaba. La víspera no habían podido acercarse a la dacha porque los Astrug, Boris Lvóvich y su mujer, se habían hecho invitar a casa de los Ganchuk. Éstos no podían recibirles. Estaban destrozados, deshechos, el día de Noche Vieja no habían salido, ¿cómo les iban a invitar? Astrug les había contado pormenores de su caso. Nikolái Vasílievich no había podido asistir a la sesión del claustro donde habían pegado un palo a Astrug y donde, de hecho, se decidió el desarrollo ulterior de los acontecimientos. "



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