Torremolinos Gran Hotel (fragmento)Ángel Palomino
Torremolinos Gran Hotel (fragmento)

"Los Recalte están sentados en la terraza de “La Caracola”, en el paseo marítimo de Fuengirola. Un turismo más sosegado, menos extravagante y espectacular que el de Torremolinos. Sofía y Luis disfrutan del para ellos desusado ambiente; no es que se sientan como en su casa pero algo parecido les acerca a esa muchedumbre de gente sencilla y tranquila que veranea sin dar demasiada importancia al cambio de vida, sin creer que por el hecho de veranear hay que disfrazarse o que las vacaciones deben ser como una guerra contra la burguesía o contra los derechos urbanos que son –aunque a algunos les parezca mentira– la parte más importante de los derechos humanos.
–¿Los señores van a cenar a la carta?
Faustino Roldán es el maître y el camarero y, cuando el trabajo lo pide, el friegaplatos porque la señora Antonia, la suegra del dueño de “La Caracola”, no está para muchos trotes y a veces no da abasto en el fregadero. Faustino es de Córdoba; aprendiz de fontanero hasta los dieciocho años un día sintió la llamada del turismo –porque es hijo de viuda, es pobre y no se siente con ánimos para probar fortuna con el toro– y empezó una nueva etapa profesional de pinche de cocina en Málaga y, después, de aprendiz de camarero en el “Torremolinos”.
Un año duró su aprendizaje. Un año en el que rompió todos los platos y todas las copas que otros aprendices rompen en tres porque Faustino tenía ya veintiún años y no podía permitirse el lujo de perder el tiempo. Cuando ya había aprendido la diferencia entre una sopera y una legumbrera, entre una servilleta y una bayeta, entre una sopa, una crema y un puré, entre un pescado y un marisco, un vino y un licor, aceptó la plaza de camarero único en “La Caracola-Comidas-Tapas-Pinchos”, de Fuengirola.
–Voy de maître –les decía a sus amigos.
Al maître del “Torremolinos” le dio otras razones:
–Voy ganando ocho mil pesetas fijas, señor Recio.
Luis no le ha reconocido. Entre el personal de un hotel importante, en la Costa del Sol, se produce una rotación anual del noventa por ciento de su plantilla, según estadísticas sindicales, lo que significa que en un hotel con cincuenta camareros, cuarenta y cinco se van cada año y entran otros tantos nuevos. Las estadísticas, ya se sabe, no dicen siempre la verdad verdadera, sino una especie de verdad matemática. Ocurre que muchos no permanecen en la empresa más de dos o tres meses y hay plazas que se renuevan –las de los jóvenes inquietos– varias veces cada año.
Los señores van a cenar a la carta. Faustino le entrega una a Luis y otra a Sofía. La carta está escrita a máquina y protegida por una pulcra cubierta de plástico. Tiene, como las de todos los restaurantes pobres, muchos platos, más platos franceses que españoles, y abundan los de merluza. Si se suprimiesen la merluza y los huevos, las cartas de los restaurantes, españoles quedarían devastadas. Luis lee por curiosidad: Sopa bullabesa, Espaguetis, Merluza romana, Merluza a la vasca, Merluza menier, Merluza frita –merluza congelada no dice y sería la única verdad–, Sesos romana, Brocheta de riñones, Chatobrián –¡caramba qué cosas!–, Truchas del Sella –¡qué tíos!–, Langosta, “No queda”, Huevos al graten de la casa, Huevos, huevos, huevos... Piña con nata de la Casa, ¡Omelete Surprise!...
Faustino espera; agita el bolígrafo como tomando carrerilla para escribir. "



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