Narciso (fragmento)Germán Sánchez Espeso
Narciso (fragmento)

"También por aquellos días quedó en el camino alguien que desistió de seguir envejeciendo, alguien que nunca se soltó las trenzas de colegiala, y que, a ese no querer representar su edad, contribuía su excesivo optimismo: Tía Juana de Arco (¿la recuerdas atrapando «besitos air mail» con una soga al cuello, en lo alto de una silla?), que se casó con un acróbata-cómico confiando ser amada al margen de su dinero, y se colgó (se colgó de verdad) con la esperanza de que alguien cortara la cuerda.
Mi adolescencia fue menos brillante e igualmente turbadora. Transcurrieron mis estériles horas puberales a la sombra de gruesos volúmenes grecolatinos y compendios de química (ingenio e industria), y otras disciplinas altisonantes, siempre al amparo de ilustres preceptores sifilíticos, dómines pedantes y tutores que atendían con extraño placer a la voz de «pedagogo» y «preceptor».
Fue por aquel entonces, antes quizá, cuando comprobé por primera vez la placentera reacción de algunas partes de mi cuerpo a determinados estímulos de unos fascículos de La Biblia en Imágenes (Lámina VII, las hijas de Lot. Lámina XV, Judit seduce a Holofernes. Lámina XXI, El baño de Susana. Lámina LXII, Salomón y la negra Sulamita).
Es de saber que entré en la pubertad alto de cuerpo, pulcro de maneras, timorato de espíritu y frescos los novísimos (Muerte, Juicio, Infierno o Gloria, aprendidos en este orden). Pero pronto me torné en sucio, deshonesto en el mirar y goloso en el comer. Este trueque, mis padres lo atribuyeron a cierto prematuro desliz que conocerán quienes no deseen dejarme de la mano, y que relataré seguidamente, más por ofrecer datos al sociólogo que holganza al licencioso.
¿Pero nos alejará mucho de nuestro objetivo si antes nos remontamos, de una manera sucinta, por los eslabones de esta cadena que ya me atenaza, para presentar lo que en el Código Penal se llaman «antecedentes»?
Para intentar una reconstrucción exacta de mis primeros gambitos, diré que sobre el damero de entonces estaban el rey Salomón de los grabados, y una sirvienta negra, que no dudé en llamarla Sulamita (véase lámina LXII de la Biblia en Imágenes), y una sirvienta blanca, y una noche negra, y una luna blanca, y un peón aventurado.
El caso es, interesado lector, que la negra Sulamita dormía en un aposento algo apartado, que daba a la cara posterior del edificio, cercano a las cocheras, para estar al tanto de los que por aquella puerta pudieran entrar o salir. El desvelado muchacho (a quien la chica, por otra parte, miraba con muy buenos ojos, pues los guiñaba y sonreía al paso del chiquillo) ardió en curiosidad por muchos meses, sin hallar sosiego ni de día ni de noche. Al principio, poco sagaz y nada discursivo, buscaba el niño ocasiones para ver las tripas al juguete, atisbando por ventanas y cerraduras. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com