Europa Central (fragmento)William T. Vollmann
Europa Central (fragmento)

"Al final, suponía Mitia, tendría que haber un bis, y luego lo acompañarían al palco del Estado. No se le ocurría qué podía decir ni aunque le fuera la vida en ello. Nina le recomendó que sonriera, que inclinara la cabeza y diera las gracias con un suave murmullo. ¿Tiene todo lo que necesita?, le preguntaría Stalin. Shostakóvich necesitaba muchas cosas, pero Sollertinski, Glikman, su madre y Nina le habían aconsejado que contestara que poseía todo lo que podía desear. Eso complacería al camarada Stalin...
Shostakóvich esperó pacientemente a que finalizara la despedida pseudo-wagneriana de los amantes ilícitos del acto II, pero no lo hicieron llamar, lo que le resultó extraño. En las primeras palabras del tercer acto, Serguéi pareció dirigirse directamente a su creador cuando le cantó a Katerina Izmailova: ¿Por qué te quedas ahí? ¿Qué estás mirando? Ella no apartaba la mirada del sótano donde se encontraba escondido el cuerpo de su marido. Y Shostakóvich no paraba de dar vueltas en su butaca, intentando no mirar hacia el palco del Estado.
Al final del tercer acto, Stalin, Molotov y las demás luminarias se levantaron y se retiraron con un silencio que no presagiaba nada bueno. Asqueado, Shostakóvich aguardó a que acabara el último acto, ocultó el rostro tras la serena máscara que requerían estas ocasiones, e incluso hizo una reverencia cuando el entusiasmado auditorio se lo pidió... ya que la opinión pública, estimado lector, tiene su propia inercia; y los éxitos de la ópera en Suecia, Estados Unidos y Checoslovaquia no podían anularse al instante. Fue a los camerinos para darles las gracias a los músicos, que retrocedieron como si fuera un leproso. Nadie lo vio salir. Bajó por el pórtico y salió a la palidez azul de otra noche de nieve, y se detuvo. Alzó la vista a los caballos de Apolo erguidos sobre las patas traseras que había sobre la columnata: caballos congelados. Durante la guerra civil, las almas afortunadas comieron carne de caballo. Oh, sí; por eso nuestros marineros comieron Beethoven. Shostakóvich se lanzó a la calle, pasó junto a un policía cuyos hombros verdosos habían quedado ocultos bajo una capa de nieve. Unas horas antes, le habría sonreído. Ahora no se atrevió ni a mirarlo a la cara. Se subió al tren que iba en dirección Arcángel, se puso a tamborilear con los dedos, a reproducir la marcha entusiasta, alocada y embriagadoramente lasciva que se apoderaba de él cuando el campesino andrajoso, que acababa de hallar el cadáver apestoso del marido, se va corriendo a la comisaría de policía para denunciar a Katerina y Serguéi. Y el compartimiento de Shostakóvich empezó a traquetear con un tempo allegro mientras se adentraba en los, por extraño que parezca, delicados campos de lavanda de un amanecer ruso de invierno.
Al cabo de dos días, Pravda desenmascaró el oscurantismo burgués de la ópera. Haciendo gala de una actitud desafiante, a la par que educada y sosegada, continuó con la gira. Todo el mundo empezaba a retroceder ante su culpa. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com