Una gata callejera (fragmento)Ernest Thompson Seton
Una gata callejera (fragmento)

""Todo el mundo la incordiaba con atenciones. Todos querían agradar a la gata real, pero ninguno lo conseguía salvo, tal vez, la cocinera grandota y gorda que Kitty conoció merodeando por la cocina. El olor de aquella gruesa mujer se parecía más al de los muelles que el de ninguna otra cosa que hubiera olfateado en meses, y así atraía a Real Analosta. La cocinera, al enterarse de que se temía una nueva fuga de la gata, se dijo: “Bueno, seguro que esto sí le gusta”. Así que con mucha destreza colocó a la intratable realeza sobre su mandil y cometió el horrible sacrilegio de embadurnarle las patas con la grasa de la olla. Por supuesto a Kitty le molestó, todas las cosas le molestaban en aquel lugar, pero cuando la dejó en el suelo empezó a componerse las patas y encontró placentera aquella grasa. Se relamió las cuatro patas durante una hora y la cocinera, triunfalmente, anunció: “Seguro que ahora sí quiere quedarse”; y allí se quedó, pero mostrando una sorprendente y repugnante preferencia por la cocina, la cocinera y el cesto de la basura.
La familia, aunque algo turbada por estas excentricidades propias de la aristocracia, se sentía contenta de ver a Real Analosta más alegre y sociable. La protegían de todos los peligros. Se adiestró a los perros para que la respetaran, ni a los hombres ni a los niños se les pasaba por la imaginación tirar piedras a la famosa gata con pedigrí, y tenía toda la comida que quería, pero aun así no era feliz. Anhelaba muchas cosas, aunque apenas sabía cuáles. Lo tenía todo, sí, pero necesitaba algo más. Tenía mucha comida y bebida, sí, pero la leche no sabe igual cuando puedes ir a beber toda la que quieres del plato; hay que robarla de una lata cuando te mueres de hambre, de otro modo le falta sabor, no es leche.
¡Cómo odiaba la gata todo aquello! Cierto, había un arbusto que olía muy bien, el único en todo aquel horrible lugar, uno que a ella le gustaba morder y contra el que se frotaba; era la única alegría de su vida campestre.
Un día, tras el infeliz verano, sucedieron una serie de cosas que despertaron de nuevo los instintos callejeros de la prisionera real. Llegaron a la casa de campo un montón de bultos procedentes de los muelles. El contenido carecía de importancia, pero estaba enriquecido con los olores más picantes de aquellos arrabales. Los ecos de la memoria con seguridad se albergaban en el hocico, y el pasado de la gata reapareció con una fuerza peligrosa. Al día siguiente la cocinera tuvo que ausentarse por alguna razón. Por la tarde, cuando el más pequeño de la casa, un antipático americanito al que le faltaba una noción adecuada de la realeza, estaba atando una lata al rabo de sangre azul, sin duda con el afán de jugar propio de un niño, la gata protestó con un zarpazo sacando las cinco grandes garras propias de tales ocasiones. El alarido del americanito pisoteado alarmó a la madre americana; la gata esquivó milagrosamente el golpe diestro y femenino que intentó darle con un libro y salió corriendo, como una flecha, escaleras arriba. Una rata perseguida corre hacia abajo, un perro perseguido corre en línea recta, un gato perseguido corre hacia arriba. Después se deslizó escaleras abajo, probó todas las puertas de rejilla, encontró una sin cerrar y escapó en la noche oscura de agosto, profundamente oscura para los ojos humanos, pero simplemente grisácea para ella, y se deslizó por los desagradables matorrales y macizos de flores, mordisqueó por última vez el pequeño arbusto, el lugar más atractivo del jardín, y con mucha valentía tomó el camino de regreso. "



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