La liebre que se burló de nosotros (fragmento)Andrea Camilleri
La liebre que se burló de nosotros (fragmento)

"Se dice de dos personas que se detestan recíprocamente y no pierden ocasión para pelearse que se llevan como el perro y el gato.
Y a menudo vemos, por la calle, a un perro ladrando furiosamente contra un gato y queriendo echársele encima para morderlo.
Estos encuentros suelen terminar siempre del mismo modo: el gato se refugia en la rama de un árbol o sobre el techo de un coche aparcado, y el perro, que no es capaz de alcanzarlo, no puede hacer otra cosa que ladrar durante un rato y luego irse con el rabo entre las patas.
Por otra parte, me parece comprobado que los gatos tienen un cociente intelectual superior al de los perros.
Y un amigo mío, como prueba, decía que había visto a menudo, cuando iba en coche, a algún perro que lo perseguía ladrando, mientras que nunca lo había perseguido un gato maullando.
Sin embargo, perros y gatos, si conviven desde cachorros, seguro que se convertirán en amigos. Los primeros juegos en común darán origen a una relación casi fraternal que perdurará en el tiempo, lo mismo que ocurre con nuestros amigos de la infancia. Gatos y perros con un lazo de amistad siempre harán frente común ante un extraño, ya sea perro o gato.
También se convierten en cómplices y se ayudan el uno al otro si, por ejemplo, tienen que robar algo de la cocina.
Leonardo Sciascia cuenta el caso de una gatita que, criada con dos cachorros de perros de caza, estaba convencida de que ella también era de la misma raza. Entonces, cuando empezaron a emplear a los perros en cacerías, ella los seguía tercamente. Pero se distraía con mucha facilidad persiguiendo a una mariposa o a una lagartija.
Un día al atardecer, tras una larga jornada de caza, el amo se dio cuenta de que la gata no había vuelto a casa con los perros.
[…]
Los perros salieron corriendo y volvieron al alba. La gata caminaba, cansada y cojeando, escoltada por los perros. Desde entonces —concluye Sciascia—, la gata entendió que era diferente y no volvió a salir con los perros nunca más.
Un día, un amigo, mientras yo estaba con mi mujer en una gran ciudad siciliana, me invitó a comer en un famoso restaurante al que solo se podía llegar en coche, porque se encontraba en una zona que era casi el campo, cerca de dos pequeños lagos.
En la parte externa de la entrada, el restaurante estaba adornado por dos pequeños jardines rectangulares, completamente rodeados de setos bajos y bien cuidados. La flora de los jardines estaba formada por algunos rosales, pero predominaban los jazmines, que esparcían un perfume dulcísimo.
En el exterior del jardín de la derecha, vi, al bajar del coche, a un perro.
Me impresionó nada más verlo, porque estaba esquelético, parecía que los huesos fueran a agujerearle la piel en cualquier momento.
Nos sentamos y tuve la certeza de que no lograría comer si antes no podía de algún modo socorrer al perro. "



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