Las cartas cayeron boca abajo (fragmento)Gabriel García Badell
Las cartas cayeron boca abajo (fragmento)

"Se entraba dentro de los actos deshonestos, del placer no controlado, fuera del matrimonio. Era necesario referirse a las circunstancias que habían concurrido, al lugar, a la persona cómplice, y, esencialmente, a las caricias furtivas, a las otras, a todas en particular, por encima del vestido, por debajo del vestido, señalando las partes del cuerpo, y sin escandalizarse (que para hacerlo todo había ido bien, no habían existido inconvenientes, pero para contarlo era otra cosa, como se podía apreciar.) Era necesario estar entonces a las duras y a las maduras, arramblar con los inconvenientes — con la culpa—, con las consecuencias; era de sentido común, así que vuelta a lo mismo, que dijera sí o no (Martina se había quitado no sólo el vestido sino hasta el calcero) y que contestase en primer lugar, si en relación al consentimiento lo había existido pleno (lo que suponía lo mismo que preguntar si había existido un acto pleno de voluntad). Aunque el mismo mosén reverendo Padre Antón ya había llegado a un convencimiento. Creo que lo ha habido, hija, pero alegue lo que le parezca si es que cree que es oportuno. Había que insistir en que la materia era grave en todos los casos. Lo había habido entonces, acto sexual completo. Eso llevaba consigo otras cosas. Primero, la pérdida de tiempo que habían supuesto las preguntas anteriores (sobre el roce, el vestido, la colocación de los cuerpos, el placer, la excitación, la voluntariedad, el sentimiento de culpa, el lugar, la nocturnidad y la persona cómplice). Se podía haber acabado antes si se hubiese empezado por el final ya que sobraba el interrogatorio, y después además la gravedad de la transgresión que no podía ser comentada.
El mosén no quería hablar del asunto con todos los residentes de la Pensión Civil, pero es que había comprobado los hechos personalmente. Las cosas habían sucedido como explicaba. Una tarde cualquiera, no digo cuál, no recuerdo (y no tenía interés tampoco el detalle de la fecha). Había llegado con el propósito de hacer una visita a doña Julita Cuarte la Paul, pero antes había ido a coger unos higos. Lo que había visto no se podía contar. Él había echado un golpe de vista —lo que se decía una reviscolada simple— y había observado bien. No entraba en detalles, pero los higos que comía se le habían atragantado, se le habían removido en el vientre —remenado— y eso no le sucedía después de mucho tiempo cuando comía robellones — agaricus deliciosus — que siempre le habían producido una retención larga con la consiguiente esboteración tardía. Pero hablando del asunto era necesario tener poca dignidad para hacer algo así, miren por dónde el enfermo herido en una pierna, en el frente de Andalucía, que se le declara no útil, por lo menos en parte, para el Servicio Militar, para no ir al frente y que después aprovecha cualquier oportunidad para abusar de una niña. ¡Hay que ser un barrenado, enfermo mental o estar muy fuera de lugar para hacerlo! Y lo peor era la agravante que suponía la confianza que le tenía el padre —Orencio Lanaja— de la propia víctima, otro mujeriego a su manera, que por ahí se llevaban los dos —a cuál peor. Aunque uno, Orencio Lanaja, con inquietudes metafísicas, con propósitos extravagantes y turruntelas (¡para eso estaban en tiempo de guerra!) y mientras la niña —Martina— era violada pasada, como se decía, por la piedra, espuchengada en la fonsera, él se ocupaba en plantear problemas teológicos hasta que, en un momento de descuido, sin que la viera el padre —como resultaba natural— se cogía a la adolescente y se la gozaba (¡había que ver qué procedimientos, qué maneras habría utilizado además el interfecto para ello!) y se la convertía en pendón, en esperreque, en algo inservible para el matrimonio ulterior, para las nupcias; que de pingajos estaba más llena la ciudad de lo que parecía. "



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