Leopardo Negro, Lobo Rojo (fragmento)Marlon James
Leopardo Negro, Lobo Rojo (fragmento)

"El Bingingun. Esto era lo que yo sabía de los kongoris y de por qué odiaban la desnudez. Llevar la piel descubierta era llevar la mente de un niño, la mente de los locos o incluso la mente de quienes no tienen rol en la sociedad, una gente todavía más baja que los usureros y los vendedores de baratijas, porque incluso éstos tenían su utilidad. El Bingingun era la forma que tenía la gente del Norte de crear un espacio para los muertos entre los vivos. El Bingingun era una mascarada: tambores, bailes y grandes cantores de oriki. Debajo de la ropa llevaban el aso oke, una prenda blanca con rayas de color añil que se parece a las que usamos para amortajar a los muertos. Llevaban telas sobre la cara y las manos, porque ahora eran simples máscaras, no gente provista de nombres. Cuando los participantes del Bingingun giran como torbellinos, los antepasados los poseen. Y saltan hasta la altura de los techos.
Los atuendos los fabrican los amewa, los expertos en belleza, porque si conoces a los kongoris sabrás que lo ven todo desde la perspectiva de lo hermoso. No de lo feo, porque la fealdad carece de valor, especialmente la fealdad de carácter. Y tampoco de lo demasiado hermoso, porque eso suele ser un esqueleto disfrazado. Para el Bingingun se usan las mejores telas, rojas, rosadas, doradas, azules y plateadas, todas decoradas con cauris y monedas, porque en la belleza hay poder. En los estampados, trenzas, lentejuelas, borlas y amuletos medicinales. La danza del Bingingun, y los desfiles del Bingingun, marcan la transformación en los antepasados. Todo esto yo lo sabía por mis viajes, porque en Juba hay mascarada pero no es Bingingun.
Todo esto se lo expliqué al ogo porque íbamos siguiendo una procesión de camino a la casa, a fin de que un hombre tan alto como él no llamara la atención a la luz de las antorchas. Aun así, se lo veía extraño. Al frente del desfile iban cinco timbaleros marcando el ritmo de la danza; tres tañían tambores de tonel, un cuarto tocaba un bata de membrana doble y el quinto cuatro batas pequeños atados juntos que hacían un ruido agudo como la llamada de un cuervo. Detrás de los timbaleros iban los miembros del Bingingun, entre ellos el Rey de los Antepasados con su túnica real y su velo de cauris, y el Pícaro, cuya túnica se daba la vuelta para revelar otra túnica, y otra más, mientras los bingingunos giraban y pataleaban en el suelo al ritmo de los tambores, bum-bum-bacalac-bacalaca, bacalacalacalaca-bum-bum-bum. Diez y quince miembros de aquel clan se movían a la izquierda, pisaban fuerte, se movían a la derecha y brincaban. Todo esto se lo expliqué al ogo para que no empezara otra vez a contarme a quiénes había matado con sus manos y a decir que no había nada en este mundo ni en el próximo como el ruido de un cráneo aplastado. Las sombras no me dejaban ver la cara de Ogotriste, que era más alto que las antorchas y se dedicaba a mover las manos en el aire al ritmo de los bingingunos, desfilando cuando ellos desfilaban y deteniéndose cuando ellos se detenían.
Ésta es la verdad: yo no sabía qué casa era la de Fumanguru, sólo que estaba en el sector de Tarobe, al norte de la frontera con Nimbe, y que estaba escondida casi del todo por matorrales enormes de arbustos espinosos. "



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