Huellas (fragmento)Louise Erdrich
Huellas (fragmento)

"Seis días más tarde estaba harto de Eli. Cada día de nieve me parecía interminable, encerrado con ese chico quejumbroso. Eli iba de un lado a otro, murmuraba, dormía, y además comió hasta dejar completamente vacío mi armario, hasta la última patata, y también el paquete de provisiones que me había traído, y que de no ser por él me habría durado todo el maldito mes. Pasamos dos días sin otro alimento que unos mendrugos de pan con grasa. El séptimo día le di su rifle. Lo miró sorprendido, pero finalmente se marchó hacia el norte. Yo también salí a ver las trampas. Capturé unas hojas de hierba, un montoncillo de piel gris, un pequeño esqueleto que un búho había limpiado en una noche, y un conejo agusanado que no se podía comer. Volví a casa, encendí el fuego, bebí un poco de té de agujas de pino y pensé que al final de ese invierno, que parecía peor de lo que había temido, podría verme obligado a cocer mis mocasines. Eso, por lo menos, era un acierto. Jamás había querido usar las botas de cuero teñido de la tienda. Ésas pueden matarte. Un rato más tarde, fui a mirar el saco de harina que, como sabía, estaba vacío. Todavía estaba vacío. Entonces me acosté.
Tenía en la mano un trozo de carbón con el que me ennegrecí la cara. Me puse encima del pecho mi bolso de nutria y dejé cerca el crótalo. Empecé a cantar en voz baja llamando a mis protectores, hasta que las palabras que salían de mi boca ya no eran mías, hasta que el crótalo empezó a sonar y la canción se cantó sola, y allí, en los profundos barrancos brillantes, vi claramente las huellas de las raquetas de Eli para la nieve.
Erraba al azar, debilitado por el estómago vacío, sin pensar de dónde soplaba el viento ni llamar a las nubes para que cubrieran el cielo. No sabía qué iba a cazar, ni qué señal buscar o seguir. Dejó que la nieve lo deslumbrara y estuvo a punto de dejar caer el rifle. Y entonces la canción lo alcanzó y lo sostuvo hasta que comprendió, por la profundidad de la nieve y su corteza dura y ligera, por el viento alto y las nubes que rodaban, que todo a su alrededor era perfecto para la cacería del alce.
Había visto antes las huellas, junto a una laguna helada. Fue allá, sabiendo que el alce es obtuso y no tiene imaginación, aunque su oído es particularmente fino. Caminó cuidadosamente por el borde de la depresión. Ahora estaba pensando. Su visión se aclaró y vio el rastro que pasaba sobre el hielo y regresaba a la maleza y a los matorrales. De inmediato echó a andar en la dirección del viento y paralelamente al rastro; luego volvió a buscarlo. Así lo rastreaba: sin seguir directamente las huellas, siempre atento al viento y cauteloso con el áspero suelo, ganando terreno mientras el alce pisaba torpemente y quebraba la corteza a cada paso hasta que finalmente se detuvo a comer junto a unos arbustos jóvenes.
Entonces la canción creció. Hice un esfuerzo. A Eli le pesaban los brazos y las piernas, y sin alimento no podía pensar. Tenía la mente en blanco y temí que cometiera un error. Él sabía que después de comer, el alce siempre va a favor del viento para descansar. Pero los árboles eran más densos, pequeños y enmarañados, y las sombras eran de un azul más oscuro y se alargaban.
El abrigo de Eli, obra de Margaret, estaba hecho con una vieja manta gris del ejército forrada con pieles de conejo. Cuando se lo quitó y se lo puso del revés, para que sólo las suaves pieles rozaran las ramas y no lo traicionaran mientras se acercaba, albergué más esperanzas. Se quitó las raquetas y las colgó de un árbol. Guardó el sombrero en el bolsillo, preparó el rifle y, alerta a los movimientos, a la gran forma, avanzó lentamente. "



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