Una noche de Cleopatra (fragmento)Theophile Gautier
Una noche de Cleopatra (fragmento)

"¿Quién es este joven que, de pie en la corteza de un árbol, se atreve a ir en pos de la regia nave, compitiendo en ligereza con cincuenta remeros de Kusch, desnudos hasta la cintura y untados con aceite de palmera? ¿Qué móviles le impulsan y mueven? He aquí lo que nosotros, por nuestra condición de poeta, dotado del don intuitivo, estamos obligados a saber, y he aquí por qué todos los hombres, e incluso las mujeres todas, lo que es más difícil, deben tener al lado la ventana que Momo exigía.
No es empresa muy fácil, acaso, descubrir lo que pensaba, dos mil años hace, en este momento, un joven de la tierra de Kemé a la zaga de la nave de Cleopatra reina y diosa benévola, a su vuelta de la Mammisi de Hermonthis. No obstante, lo intentaremos.
Meiamun, hijo de Manduschopsch, era un mozo de singular carácter; nada de lo que al común de los mortales conmueve, le conmovían a él; parecía de una más elevada estirpe y se le creyera fruto de algún divino adulterio. Su mirada, como la del gavilán, tenía una resplandeciente fijeza, y el sereno señorío se asentaban en su frente como en pedestal marmóreo; un noble desdén arqueaba su labio superior y estremecía, como las de caballo fogoso, las aletas de su nariz, y aunque casi por completo atesoraba el delicado encanto de la doncella, y aunque no era más redondo y bruñido el pecho de Dionisios, el dios afeminado, bajo aquella su endeble catadura se ocultaban unos músculos de acero y una fuerza hercúlea: singular privilegio, éste de reunir la belleza femenina y la fuerza del hombre, concedido a ciertos ejemplares de la antigüedad.
En cuanto a su tez, obligados nos vemos a confesar que era de un rojizo como de naranja, color que se opone a la idea blanca y rosa que de la belleza tenemos, lo que no le impedía ser un mozo encantador, muy deseado por toda clase de mujeres amarillas, rojizas, cobrizas, broncíneas, bituminosas, e incluso por más de una blanca griega.
No vayáis a creer, por lo dicho, que Meiamun fuese un hombre afortunado en amores: las cenizas del viejo Príamo, las nieves del mismísimo Hipólito, no eran más frías e insensibles; el doncel de túnica blanca que se prepara en la iniciación de los misterios de Isis no era más casto que él, ni de más temerosa pureza la doncella que se estremece de pavor bajo la helada e invisible custodia de su madre. "



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