Punin y Baburin (fragmento)Ivan Turgenev
Punin y Baburin (fragmento)

"Mientras Punin y yo conversábamos de esta guisa avanzando con cuidado por las aceras irregulares de ladrillos de la Moscú de «piedra blanca» —esa misma Moscú en la que no había ni una piedra y que no era en absoluto blanca—, Muza andaba en silencio cerca de nosotros, al otro lado de Punin. Al hablar de ella, utilicé esa palabra: «sobrina». Punin se quedó callado un momento, se rascó la nuca y me comunicó a media voz que él la llamaba así porque…, porque sí, pero que no eran parientes, que era una huérfana a la que Baburin había encontrado y recogido en Vorónezh, pero que él, Punin, podía nombrarla hija, porque la quería no menos que a una hija de verdad. Yo no albergaba dudas de que, aunque Punin había bajado la voz a propósito, Muza había oído muy bien todo lo que él había dicho, y se enfadó y se azaró, y se avergonzó; las sombras y los colores le atravesaban la cara y todo en ella se movía ligeramente: los párpados y las cejas, los labios y las estrechas fosas nasales. Y todo resultaba muy agradable, gracioso y extraño.
Pero entonces llegamos por fin al «retirado nido». Y, en efecto, era muy retirado el nido aquel. Se componía de una casita de una sola planta no muy grande y por poco no enraizada en la tierra, con un tejado de tablas torcidas y cuatro ventanas pequeñas y oscuras en la faz delantera. Los enseres eran de lo más pobre, incluso no del todo aliñado. Entre las ventanas y en las paredes había colgadas cerca de una docena de jaulas diminutas de madera con alondras, canarios, jilgueros y luganos. «¡Mis súbditos!», pronunció solemne Punin señalándolos con un dedo. No habíamos tenido tiempo casi de entrar y hacernos al sitio, no había tenido tiempo Punin de enviar a Muza por el samovar, cuando hizo su aparición Baburin. Me pareció bastante más envejecido que Punin, aunque sus andares seguían siendo firmes y conservaba la expresión general de la cara; pero estaba más delgado, encorvado, las mejillas se le habían sumido y en su barba espesa y negra «se había desarrollado el pelo blanco». No me reconoció y no mostró ningún placer especial cuando Punin me nombró; ni siquiera sonrió con los ojos, apenas hizo un gesto con la cabeza; preguntó —en tono muy despreocupado y seco— si mi abuelita estaba viva, eso fue todo. «No me asombras con una visita noble, ni me halaga lo más mínimo». El republicano seguía siendo republicano. Muza regresó; detrás, una viejecita decrépita trajo un samovar mal fregado. Punin empezó a trajinar, a atenderme; Baburin se sentó a la mesa, apoyó la cabeza en ambas manos y su mirada cansada recorrió todo a su alrededor. Con el té, sin embargo, sí se decidió a hablar. Estaba descontento con su situación. «Es un acopiador, no una persona —decía refiriéndose a su señor—, los subalternos para él son basura, no valemos nada; y eso que no hace tanto que usaba abrigos caseros. Solo conoce la crueldad y la codicia. ¡Es peor que servir a la corona! Además, todo el comercio local es un engaño, ¡se sostiene gracias a él!». Mientras escuchaba un discurso tan poco alegre, Punin suspiraba compungido, le daba la razón, movía la cabeza ya de abajo arriba ya de lado a lado; Muza insistía en su silencio… Por lo visto la atormentaba una idea: ¿qué era yo, una persona modesta y discreta o una habladora? Y si soy discreto, ¿no será con alguna intención? Sus ojos negros, rápidos e intranquilos centelleaban bajo los párpados medio bajados. Solo me miró una vez, y fue una mirada tan escrutadora y penetrante, casi con rabia… Hasta me estremecí. Baburin casi no hablaba con ella; pero todas las veces en que se dirigía a ella, en su voz se percibía un cariño sombrío, no paternal.
Punin, por el contrario, no hacía sino hablar de chanza con ella; aunque esta le respondía sin ganas. La llamaba niña de nieve, y copito. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com