La costa de los fuegos tardíos (fragmento)Antonio Pereira
La costa de los fuegos tardíos (fragmento)

"Por fin nos vimos en la carretera. Antes habíamos hablado de acabar de correrla en «Barbarella», pero ya no continuamos a ningún sitio, como si la noche se hubiera cumplido hasta sus bordes y cualquier otra cosa la fuese a hacer rebosar. Podemos colocarnos como antes, propuso alguien. Seguía habiendo mar y luna y todo eso, pero no recuerdo haber sentido la vecindad, aunque fuera la honesta vecindad, del cuerpo cálido y algo inerte de Alicia. Las dos mujeres pasaban sin ton ni son de las risas escandalosas a largas pausas taciturnas. Pensé que están en edad difícil, mucho más que sus niñas, casaderas dentro de nada.
Yo no podía quitarme de la memoria aquella sonrisa indefinible del señor Tatabánya, que aún iba a perseguirme los días siguientes, y estuve tratando de explicármela hasta una mañana en que tuve que ir a la oficina de Correos. En la ventanilla coincidí con José. Le di la mano, hay que ser consecuentes, pero lo encontré cambiado, como alguien al que han desposeído de los atributos que lo hacían poderoso. Su mirada no ofrecía ahora ningún misterio, incluso me pareció acobardada y huidiza. Sobre todo, evitaba hablar. Entonces cometí una de esas pequeñas felonías que sabes te va a pesar, pero que si nos resistimos a la tentación nos va a pesar también. Espié el impreso que él había tendido al funcionario de turno, y supe que José Arechavala, el segundo apellido parecía Garmendia, enviaba un giro postal de tres mil ochocientas pesetas, en la cantidad no había duda (Ptas. 3800,00) a alguien que habita en el caserío de Chávarri o así, por Valmaseda, Vizcaya. Entonces me acudió como un relámpago la solución a aquella ironía no falta de benevolencia en el rostro marcado del señor Zoltan Tatabánya. Ninguna satisfacción sentí, uno no es tan rencoroso, y cuando encuentre a mis amigas me libraré bien de descorazonarlas. En Córdoba ven todos los días el Guadalquivir, por eso sueñan ellas con el Danubio. "



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