La nave de los locos (fragmento)Cristina Peri Rossi
La nave de los locos (fragmento)

"En la parte inferior del tapiz, en el segmento que ocupa más espacio, debajo de la figura del Pantocrátor bendiciendo, se despliega el magnífico universo de las aves y de los peces. Entre las primeras, figura la inscripción: volatilia celi (aves del cielo) y entre los segundos: cete grandis (peces grandes). Las aves no se diferencian mucho de las reales: están en actitud de iniciar el vuelo, con las alas abiertas; sus picos son cortos y triangulares; todas miran hacia el cielo (que en este caso coincide con el círculo del Pantocrátor) y sus cuerpos parecen extremadamente ágiles. Debajo de ellas, sin separación entre la línea del mar y del cielo, sumergidos, se encuentran los grandes peces, y también los peces pequeños. Hay un gusano de mar, con el cuerpo enroscado, cuya negra cabeza apunta hacia arriba y otros animales acuáticos representados de forma menos realista. Uno tiene cabeza de perro, cuerpo de reptil y una gran caparazón roja, provista, además, de dos aletas. Otro tiene cabeza de cocodrilo, orejas de burro y cola de pescado. Ocupan gran espacio en este fragmento del tapiz, como si los monstruos del mar fueran la parte más importante de la creación. Al lado de ellos, los peces y aún el cangrejo rojo parecen muy pequeños.
Fueron los capitanes de barcos y los marinos antiguos no sólo quienes mejor conocían el universo —los cielos, las aguas y la tierra— sino aquéllos que podían contar al mundo cómo era el mundo, conservar sus leyendas, conocer sus mitos. Portadores de sabiduría y de viajeros, su memoria —y a veces: los textos que escribían— constituyó la fuente de conocimiento y una forma de difusión. A ellos había que recurrir cuando se deseaba conocer el nombre de las plantas exóticas, la utilidad de ciertas hierbas, las costumbres de los animales, el aspecto de los cielos en las diversas rutas, el origen de algunas palabras y de la mayor parte de las figuras que ilustran el pensamiento y la fábula en la antigüedad. Muchos siglos después, cuando los cielos, los mares y la tierra se hicieron menos misteriosos y la fantasía y los temores de los hombres se volvieron sobre sí mismos, siendo, entonces, más sospechoso el vecino que los animales nocturnos y más peligroso un general que el desborde de un río, la antigua y prestigiosa función de los capitanes y marinos desapareció. Dejaron de escribir y su tarea más importante fue el comercio y la guerra. Su memoria también dejó de impresionar a los hombres que no viajan. Sus viajes, ahora, son más seguros y más cortos. Menos interesantes, también.
Es posible que el anónimo tejedor del tapiz —si acaso fue uno solo— conociera las descripciones que marineros y capitanes hicieron de los maravillosos monstruos que según ellos habitaban el fondo del mar. Vistos sólo un minuto, a la luz fantasmagórica de un relámpago o en el desdichado momento en que el mástil se quebraba; divisados apenas en la inmensidad turbia de un mar lleno de ruidos que amenaza desde lejos, estas criaturas marinas no fueron nunca desterradas por completo de sus aposentos, en el fondo del mar. Sus apariciones —tan sorpresivas e imprevisibles— sembraban el pánico, aunque siempre hubo un arponero audaz que llegó a lanzar su instrumento a las revueltas aguas o alguien los dibujó en medio de la noche, siguiendo su perfil alucinado.
Los monstruos marinos del tapiz no inspiran temor. Se integran armoniosamente al gran sistema de la creación, junto a las aves y a las plantas. Son criaturas curiosas, pero no terroríficas o extravagantes, como la anfisbena o el mirmecoleón. Se deslizan por las aguas de una manera natural, sin aparentes deseos de sobresalir y los peces que las rodean no experimentan ninguna sensación de competencia o de peligro. "



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