La caída (fragmento)Albert Camus
La caída (fragmento)

"No, no es nada, tirito un poco a causa de esta bendita humedad. Por lo demás, ya llegamos, ya está. No, usted primero. Pero le ruego que se quede un momento todavía conmigo, y que me acompañe. Aún no terminé. Tengo que continuar. Continuar, eso es lo difícil. Mire usted, ¿sabe por qué lo crucificaron a aquel otro, a aquel en quien tal vez usted piensa en este momento? Bueno, había muchas razones para hacerlo. Siempre hay razones para asesinar a un hombre. En cambio, resulta imposible justificar que viva. Por eso, el crimen encuentra siempre abo­gados, en tanto- que la inocencia, sólo a veces. Pero, junto a las razones que nos explicaron muy bien du­rante dos mil años, había una muy importante de aquella espantosa agonía. Y no sé por qué la ocultan tan cuidadosamente. La verdadera razón está en que él sabía, sí, él mismo sabía que no era del todo ino­cente. Si no pesaba en él la falta de que se lo acu­saba, había cometido otras, aunque él mismo igno­rara cuáles. ¿Las ignoraba realmente, por lo demás? Después de todo él estuvo en la escena; él debía ha­ber oído hablar de cierta matanza de los inocentes. Si los niños de Judea fueron exterminados, mientras los padres de él lo llevaban a lugar seguro, ¿por qué habían muerto, sino a causa de él? Desde luego que él no lo había querido. Le horrorizaban aquellos sol­dados sanguinarios, aquellos niños cortados en dos. Pero estoy seguro de que, tal como él era, no podía olvidarlos. Y esa tristeza que adivinamos en todos sus actos, ¿no era la melancolía incurable de quien escuchaba por las noches la voz de Raquel, que ge­mía por sus hijos y rechazaba todo consuelo? La queja se elevaba en la noche. Raquel llamaba a sus hijos muertos por causa de él, ¡y él estaba vivo!
Sabiendo lo que sabía, conociendo profundamente al hombre -¡ah, quién hubiera creído que el cri­men no consiste tanto en hacer morir como en no morir uno mismo!-, puesto día y noche frente a su crimen inocente, se le hacía demasiado difícil soste­nerse y continuar. Era mejor terminar, no defender­se, morir, para no ser el único en vivir y para ir a otra parte, a otra parte en que tal vez lo sostendrían. Y no lo sostuvieron. Él se quejó por eso, y por aña­didura lo censuraron. Sí, fue el tercer evangelista, según creo, el que comenzó a suprimir su queja. "¿Por qué me has abandonado?" Era un grito sedi­cioso, ¿no es cierto? Entonces acudieron a las tije­ras. Observe usted, por lo demás, que si Lucas -no hubiera suprimido nada, apenas se habría echado de ver la cosa. En todo caso, no habría ocupado un lu­gar tan importante. De esta suerte, el censor procla­maba lo que proscribe. El orden del mundo también es ambiguo. "



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