Reconstrucción (fragmento)Antonio Orejudo
Reconstrucción (fragmento)

"Ory hace un gesto de fatiga y se deja caer en una silla. Obviamente él tampoco quiere jugar. No quiere jugar a ese juego. Lo que menos le apetece ahora es mantener un diálogo teatral ingenioso, mordaz y pla­gado de cínicos sobrentendidos. Así que le cuenta en pocas palabras la conversación que ha mantenido hace unos días con Jean Frellon, el impresor encarce­lado en los calabozos de la Inquisición. Ory también emplea un tono neutro. Pero el suyo no es impos­tado. En su discurso no hay reproches ni asomo de triunfalismo. Parece más bien la descripción de un pa­satiempo. Y en cierto modo lo es. En su visita a Pfis­ter, Matthieu Ory no propone dejar de jugar; propone otro juego. Tú me ayudas, yo te ayudo, se llama este. Y no se permiten trampas.
Para empezar, Ory le pide unas cuantas emes di­señadas por él. Quiere verlas con una lente de aumen­to. Es la primera vez que Matthieu Ory se interesa por el trabajo de Pfister. A Ory todo eso de la imprenta le ha pillado muy mayor. Eso dice. Él es de la escuela antigua, a él le gustan los manuscritos.
A simple vista, las emes que Pfister extiende ante Ory no presentan ninguna particularidad, salvo una gracia inusual en los trazos verticales, como se ha di­cho. Pero las gracias de sus emes tienen un secreto. Si se mira la letra con una lente de aumento, puede per­cibirse que en la gracia hay inscrita una escena escan­dalosa. Unas veces es un simple angelito regordete tocándose los huevos con procacidad; y otras, una fi­gura con mayor contenido ideológico: el Papa orinando sobre la hostia consagrada, Jesús apareándose con María Magdalena o el diablo cagando una mierda, que es un burro tocado con la tiara papal.
Pfister siente un regocijo interior muy intenso al encontrar su M en los textos más dispares: en manua­les de mujeres, en tratados de teología, en bulas, en alguna Biblia naturalmente, en sermones católicos y en panfletos luteranos. Antes de que Jean Frellon fue­ra delatado por los Trechsel, el impresor parisino le había encargado unos punzones. Pfister inscribió en la gracia de la M una estampa de Calvino chupándole el culo a un macho cabrío. La obra le costó semanas de trabajo secreto en la intimidad de su gabinete. Pero el resultado le dejó satisfecho. Pfister se partía de risa él solo. Tal y como se temió, esa M vendida a Frellon apareció días después en vanos textos evangélicos, que circularon anónimamente por Lyon. Alguien debió de advertirle a Frellon que en esas emes se veía algo raro. Y tirando del hilo debió de sacar el ovillo. Al prin­cipio no lo reconoció; pero luego en la celda, donde uno tiene más tiempo para pensar, Frellon cayó en la cuenta de que era él. El impresor, como otros jóvenes inquietos de su generación, también había peregri­nado a Münster antes de su destrucción.
Ory no le pide nombres ni procedencia de sus maestros; no quiere saber dónde trabajó antes de lle­gar a Lyon, a qué impresores suministró punzones. No quiere fechas, no quiere nombres, no quiere do­cumentos, no quiere facturas ni piensa comprobar uno a uno los datos que Pfister le dé para demostrarle que él es él. No quiere tampoco prenderlo. ¿Para qué? A él Münster, mientras no se produzca en Francia, le trae sin cuidado. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com