Una cabeza llena de fantasmas (fragmento)Paul Tremblay
Una cabeza llena de fantasmas (fragmento)

"¿De verdad ha pasado tanto tiempo desde que vivíamos aquí? Sólo tengo veintitrés años, pero a todo el que me pregunta le digo que tengo un cuarto de siglo menos dos. Me gusta ver cómo la gente se devana los sesos.
Evito las losas y camino por el abandonado patio delantero, cubierto de malas hierbas y maleza en primavera y verano, aunque ya están empezando a retirarse con las primeras heladas del otoño. Las hojas y los tallos sarmentosos me hacen cosquillas en los tobillos y se me enganchan en las zapatillas. Si Marjorie estuviera aquí ahora, seguro que se inventaría sobre la marcha cualquier historia protagonizada por gusanos, arañas y ratones que se arrastran bajo el manto de hojas en descomposición dispuestos a darle su merecido a esa jovencita insensata que se ha alejado de la seguridad que representa la acera.
Rachel es la primera en entrar en la casa. Tiene una llave, y yo no. De modo que me quedo atrás, arranco una tira de pintura blanca de la puerta principal y me la guardo en el bolsillo de los vaqueros. ¿Por qué iba a quedarme sin un souvenir? Es evidente que muchos otros se han llevado ya el mismo recuerdo, a juzgar por lo descascarillado de la hoja de madera y la caspa que cubre el escalón del umbral.
No me había dado cuenta hasta ahora de lo mucho que echaba de menos este lugar. Me fascina su aspecto tan gris. ¿Sería así siempre?
Me cuelo dentro, lo justo para dejar la puerta a un suspiro de distancia de mi espalda. De pie en el piso de madera cubierto de arañazos del recibidor, cierro los ojos para visualizar mejor esta instantánea inicial de mi pródigo retorno: los techos son tan altos que nunca conseguía alcanzarlos; los radiadores de hierro forjado se ocultan en innumerables rincones desperdigados por todos los cuartos, deseosos de arder al rojo vivo una vez más; frente a mí, en línea recta, está primero el comedor y después la cocina, donde no había que quedarse nunca más tiempo del imprescindible, y a continuación un pasillo, un camino despejado que conduce a la puerta de atrás; a mi derecha, la sala de estar y más pasillos, como los radios de una rueda; a mis pies, bajo el suelo, el sótano con sus cimientos de piedra y mortero y su frío piso de tierra, que todavía puedo sentir entre los dedos de los pies. A mi izquierda está la embocadura de la escalera, como un teclado de piano: blanca en las molduras y la barandilla, negra en los rellanos y los peldaños. Asciende hasta la primera planta recurvándose en tres juegos de escalones y dos rellanos intercalados. Va así: tres escalones hacia arriba, rellano, giro a la derecha, después sólo cinco escalones hasta el siguiente rellano, otro giro a la derecha y de nuevo seis escalones hasta el pasillo de la primera planta. Dar una vuelta completa al llegar al piso de arriba fue siempre mi parte favorita, pero, ay, cómo lamentaba que faltase aquel sexto escalón en el centro. "



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