La última caravana (fragmento)Raúl Argemí
La última caravana (fragmento)

"Bajo la batuta de Nacho, nuestro día se organizó de otra manera y empezamos a caminar hacia el primer objetivo del partido: robar un banco.
Por la mañana manteníamos la ficción del Polo Somuncurá. Hasta poníamos verdadero empeño en nuestro trabajo, como si fuera parte necesaria del doble rol de la clandestinidad. Por la tarde llegaba Nacho y, a puertas cerradas, teníamos actividad de partido. A mí me gustaba más decir de «banda», pero a los compañeros eso les caía mal. Nacho Westerman no aparecía nunca antes de esa hora. Tampoco sabíamos dónde vivía, y era el único que disponía de Rocinante,
En el patio de atrás nos entrenábamos para abrir la caja fuerte y superar rejas. El soplete de corte humeaba sobre chapas y hierros de todos los espesores. Después nos reuníamos un rato a ver los videos de formación política, y hacíamos algún comentario.
Por esos días Rodolfo Casagellata, que iba y venía como una figura sin espesor, armó un estudio de video en una de las piezas del fondo. Se pasaba las horas mezclando imágenes y tomas en busca de nuevos efectos. Por momentos era como si no existiera.
Días raros. Yo diría que felices. Por las nuevas actividades y porque una mañana, por sorpresa, nos pagaron una parte de los sueldos atrasados.
Lo gracioso fue que tuvimos que esperar un rato a la puerta, entre los retumbos de los bombos de los cesantes, primero del Banco Provincia y luego del Hispano Francés. Cuando abrió por fin el Nuevo Banco de Bermudas, éramos los únicos con cheques de esa denominación. Otro milagro de Tito y la Calesita, que se adelantaban a la inauguración.
No era mucho; pero era plata fresca. Un buen motivo para hacer una fiesta. Así que para romper la dieta de rutina compramos una parva de fiambres surtidos, cebollitas en vinagre y aceitunas. Hicimos un picnic sin peligro de que interrumpieran los jubilados, porque los sabíamos haciendo cola desde la madrugada para cobrar sus pensiones, si el nuevo banco reconocía su existencia.
Estábamos festejando con mate —Amanda y Santos Inoc se oponían a que tomáramos vino en horas de trabajo— cuando se abrió la puerta y entró Pentrelli, el delegado sindical de la zona. Llegaba como un apóstol de la verdad, dispuesto a salvar nuestras almas vendidas por un bocado de salame y queso.
Venía despeinado y sacándose arenitas de los ojos. Afuera soplaba un viento del Oeste que traía polvaredas desde los quintos infiernos. Era imposible dar un paso sin sentir la tierra que crujía entre las muelas. "



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