Hablando con tus catorce bocasJosé Luis Rodríguez Argenta
Hablando con tus catorce bocas

"Contigo he pasado esta noche, Sagrario, con tus versos,
con tus catorce bocas,
con tu naranja única;
con tu deseo de dedos de rastrillo
que llamaban a mis ríos solitarios y a mi sangre.

Nunca, sabes,
he podido verter en dunas esta arena
y nunca esta agua dolorida
sonó entre labios verdaderos, prolongado canto
de piedra y transparencia
igual que tu enjuagada caracola.

Jamás los deltas infinitos de la aurora
dejaron la materia, esta materia mía
delgada regresando a su blancura,
tu blancura, Sagrario, que pides al final con grito de tus ojos.

Ahora recuerdo
al apagar tu libro; tu soñar inmóvil,
recuerdo el Dios que me has hablado
ayer, la otra tarde por teléfono,
que quema tu boca o tus catorce bocas

y pienso en esa llave que tienes en tu arca
que sabe abrir el beso,
que sabe abrir la rosa,
que sabe abrir la presa, ésta del pecho
fundido en mordeduras,
en solitaria sangre,
esperando la copa cristalina siempre
que pueda contenerla con pureza
sin verter una gota de pureza.

Y pienso,
estoy pensando todas las distancias y todas las ausencias
y cómo nunca verás en tu jabón mis huellas.

Te veo perdida, dejando aquellas rosas en otra piedra
borrada por tu llanto
¿por qué no estaría yo, allí, Sagrario,
mis manos,
para guardar aquel instante,
la belleza de tus ojos como nunca, estoy seguro?

Una lágrima tuya sola hinchada de soledad de ti
tantas veces, como al abrir la puerta de tu casa,
llega ahora a tu sed vertida en tu melena,
filtrada hasta tu pecho ansiando ese otro pecho
fuerte con latir de bronce y de caverna.

Gracias por escribir hombre con mayúsculas,
gracias también por tu mochila;
¿habrá algo en ella, me dejarás mirarlo,
que cure las llagas que me deja esta locura
mía
de mis horas?

Gracias, Sagrario,
pero ¿es que acaso
no sabes que cada uno de nosotros,
todos, somos un pálido reflejo, ya olvidado
de un solo dedo de aquel, de cuerpo recostado,
que sueñas y a quien te llegas con ungüento
y secas con tu pelo entero y ofrecido
como ninguna Magdalena haría?

Él, que solo puede ser el hombre,
el vino de las vírgenes, la misma
nada nuestra.

Acércate una vez más, sólo te pido, está en tu alcoba;
y con tu fe dorada de tus venas,
que puede mucho,
quema un poco mas, para este mundo
que dejamos, de esa radiante ajazminada cera
virginal que fluye de tus catorce bocas. "



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