Las aguas tranquilas del Una (fragmento)Faruk Sehic
Las aguas tranquilas del Una (fragmento)

"En la imaginación de un niño, el miedo es un robot chirriante que recorre las calles por la noche y que indiscriminadamente parte a la gente por la mitad. Yo no soy ese niño, sólo escuché hablar a uno por televisión. Yo, por el contrario, estoy enamorado de los robots, como de los androides y de las naves espaciales. Pero, en la imaginación de un niño, el robot chirriante desmiembra a la gente con gusto y se traga sus brazos y piernas con deleite. Abrasa el cadáver en un espetón como si fuera Polifemo, mientras el sebo humano gotea produciendo llamaradas y siseos.
La voz del Sr. D. Miedo es el llanto de un recién nacido. Él es ese peligro de metal, cuyos ojos brillantes, demoníacos, inundaron la noche, convirtiendo el mundo en un mapa de bits. El miedo universal, tanto el mío como el del niño, me atenaza a veces por la noche en el hueco de la escalera, mientras que durante el día está escondido entre las pilas mohosas de leña, en los contenedores de basura y en el suelo entre las ratas. Cuando tengo suerte y alguien enciende la luz del hueco de la escalera, mi miedo desaparece al tiempo que aumenta mi temperatura corporal. Mi portal es una oscura sima, un ancho abismo entre mí y la puerta de mi casa. Llamo a la luz para que me ayude, pero ¿qué utilidad puede tener si ésta no se puede mover? Las palabras tampoco me sirven de escudo. Me coloco frente al edificio, como si estuviera embrujado. Cuando finalmente logro superar mi miedo, subo una decena de escaleras y por fin entro en el territorio seguro de nuestro apartamento. En casa la temperatura es cálida, gracias a la madera que puse en la estufa Emo, tras cuya escotilla acristalada crepitan pequeñas lenguas de fuego.
La farola arroja una luz tenue. Las cinco esferas de plástico luminosas forman una flor. Una rosa mutilada, porque una de las esferas ha desaparecido. Solíamos romperlas por pura diversión: con piedras que cubríamos con arcilla que alisábamos y amasábamos hasta que fueran redondas y duras, perfectas bolas de nieve. Entonces apuntábamos a las esferas de plástico de las lámparas de la calle. Una necedad juvenil y una falta de respeto por el mundo material.
La farola proyecta una luz vaga. Miro por la ventana, donde las figuras encorvadas de las personas suben por la calle desierta hasta la ciudad. Estamos a finales de otoño, y la primera nevada da el golpe final, una nevada de la que la ciudad no se recupera, aunque ha sido anunciada con antelación por fugas espectaculares de hojas rojas que se van descomponiendo desde la cumbre de su exuberancia. "



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