Soy yo, Édichka (fragmento)Eduard Limonov
Soy yo, Édichka (fragmento)

"Si pasas entre la una y las tres de la tarde por la avenida Madison, donde se cruza con la calle Cincuenta y cinco, no te hagas el remolón, inclina hacia atrás la cabeza y levanta la vista hacia las sucias ventanas del edificio negro del Hotel Winslow. Allí, en la última planta, la decimosexta, en el balcón del medio de los tres que tiene el hotel, estoy sentado yo, medio desnudo. Suelo comer sushi mientras el sol me abrasa, soy un gran amante del sol. El sushi con col agria es mi sustento habitual, como una cazuela tras otra, cada día, apenas como nada más. La cuchara con la que como el sushi es de madera, la traje de Rusia. Está decorada con flores doradas, rojas y negras.
Las oficinas de alrededor me observan intrigadas, con sus paredes de cristales ahumados y sus mil ojos de oficinistas, secretarias y gerentes. Una persona casi desnuda, y a veces del todo, que come sushi de una cazuela. De hecho, no saben que es sushi. Ven que una vez cada dos días ese tipo cocina algún plato primitivo que echa humo allí mismo en el balcón, en una olla enorme y con un hornillo eléctrico. En algún momento también zampé pollo, pero después dejé de hacerlo.
Sofocado, como desnudo en el balcón, no me cohíben esos desconocidos de las oficinas y sus miradas. A veces incluso cuelgo un pequeño transistor verde a pilas de un clavo hendido en el marco de la ventana, me lo regaló Alioshka Slavkovi, un poeta que se está preparando para ser jesuita. Amenizo la ingesta de alimentos con música, y prefiero la emisora española. No soy vergonzoso. A menudo voy con el culo al aire y el miembro blanco en comparación con el resto del cuerpo por mi habitación poco profunda, y me importa un bledo si me ven o no, ya sean oficinistas, secretarias o gerentes. Más bien prefiero que me vean. Probablemente ya están acostumbrados a mí, a lo mejor se aburren los días que no salgo a rastras al balcón. Creo que me llaman «el crazy de enfrente».
Mi habitación mide cuatro pasos de largo por tres de ancho. De las paredes cuelgan, por encima de una mancha heredada de los antiguos inquilinos: un gran retrato de Mao Tse Tung, motivo de espanto de todo aquel que pasa por mi casa; un retrato de Patricia Hearst; una fotografía mía con un icono y una pared de ladrillos al fondo, yo con un tomo grueso en las manos, tal vez un diccionario o la Biblia, y una americana formada por ciento catorce trocitos que cosí yo mismo, Limonov, el monstruo del pasado; un retrato de André Bretón, fundador de la escuela surrealista, que llevo conmigo desde hace muchos años, aunque normalmente los que vienen a mi casa no conocen a André Bretón; un llamamiento a defender los derechos civiles de los homosexuales; alguna que otra proclama más, además de un cartel que invita a votar por los candidatos del Partido de los Trabajadores; cuadros de mi amigo el pintor Jachaturian y un montón de papelitos. "



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