El centauro en el jardín (fragmento)Moacyr Scliar
El centauro en el jardín (fragmento)

"Les gustaría invertir, importar y exportar, necesitaban informaciones; les dije lo que sabía, que no era mucho. Por alguna razón, entretanto, se quedaron impresionados conmigo. Me entregaron tarjetas, me pidieron que les escribiese.
En diciembre de 1959 estábamos listos para volver a Brasil. Recibimos entonces una carta del capataz de la estancia que decía que doña Cotinha había fallecido súbitamente. Aquello nos entristeció profundamente; hasta entonces habíamos mantenido correspondencia, y la teníamos informada de nuestros progresos, incluso con fotos: nosotros en el jardín de la clínica, nosotros en un mercado árabe, nosotros con el médico. Pobre doña Cotinha, no nos vería andar como personas normales, su mayor deseo. (Más conmovidos nos quedaríamos más tarde, al saber que nos había destinado parte de la herencia; el resto lo dejó a su hijo, al capataz, a los peones y a las mujeres.)
Nuestros planes tuvieron que alterarse. Vivir en la finca sin doña Cotinha y con su hijo que se había mudado allí, no nos atraía. ¿Y si fuésemos a Porto Alegre?
Les escribí a mis padres. Era la primera vez que lo hacía, después de mucho tiempo. Les hablé de la operación, de Tita; les dije que nos gustaría vivir en Porto Alegre. Venid, nos contestaron, venid enseguida, os estamos esperando con los brazos abiertos.
Y así, en vísperas de la Navidad de 1959, cogimos el avión de regreso a Brasil. En el aeropuerto, llamábamos la atención, sobre todo por la estatura y por la elegancia. Yo, con pantalones de terciopelo y camisa estampada, Tita con una blusa de seda y pantalones vaqueros, lo que desde entonces convirtió en su ropa característica. Y las botas, naturalmente, que tendríamos que usar durante mucho tiempo, tal vez para siempre. Pero qué importa, decía Tita, radiante, mirando por la ventanilla del avión que despegaba.
Me recliné en el sillón, cerré los ojos. El avión se deslizaba entre las nubes, yo me sentía bien. Era bueno viajar en avión. Nunca más necesitaríamos ser transportados en camiones o carromatos. Nunca más tendríamos que ocultarnos en la bodega de un barco, ni en cualquier otra parte. Nunca más galoparíamos.
De pronto se adueñó de mí una extraña sensación, un sobresalto. Abrí los ojos, miré por la ventanilla. No: no había ningún caballo alado acompañando el avión.
Nubes, sí, y algunas con extrañas formas, que recordaban a ciertos animales. Pero un caballo alado, no. "



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