Nacionalismo, regionalismo y autonomía en la Segunda República (fragmento)Justo Beramendi
Nacionalismo, regionalismo y autonomía en la Segunda República (fragmento)

"La experiencia histórica de España hasta 1939, confirmada en esto por lo ocurrido durante el resto del siglo XX, parece indicar que, una vez configuradas y socialmente enraizadas identidades nacionales alternativas a la de escala estatal, la convivencia estable y armónica entre varias «naciones» dentro de un mismo Estado resulta muy difícil. En esas condiciones, el mantenimiento de una planta centralista alimenta la dialéctica agravio-respuesta, que es el caldo de cultivo de esos movimientos, y eleva el nivel de conflictividad. Las alternativas descentralizadoras, sólo posibles cuando en el nacionalismo estatal predominan sus tendencias auténticamente democráticas, pueden desactivar temporal y parcialmente las tensiones entre nacionalismos, pero paradójicamente contribuyen a consolidar los subestatales y sus correspondientes identidades nacionales al permitirles controlar instituciones de autogobierno que profundizan aún más los procesos de nacionalización particulares. En este caso, la intensidad del conflicto se reduce pero al precio de hacerlo perenne.
Pero la descentralización también puede tener efectos totalmente contrarios, puede agudizar el conflicto aún más. Tal sucede cuando en el nacionalismo estatal tienen, o acaban teniendo, más fuerza sus tendencias autoritarias.
En la Segunda República se dieron los dos fenómenos simultáneamente. En su primera mitad tuvo más importancia el primero. En la segunda, y sobre todo desde febrero de 1936 al final de la Guerra Civil, predominó el segundo.
En efecto, en un primer momento, la templada descentralización del Estado integral, por un lado, favoreció el desarrollo de los nacionalismos vasco, gallego y catalán pero por otro parecía ofrecer un marco que indujo una deriva hacia la integración en el nuevo sistema de todos ellos, incluido el vasco. Es muy posible que, de consolidarse la República y las instituciones autonómicas conexas, esos nacionalismos, una vez metabolizado el autogobierno, hubiesen reiniciado una campaña para ampliarlo cualitativamente. Pero no lo sabemos. En todo caso lo que ocurrió realmente fue que, en el campo de la nación española, ganaron la partida las tendencias partidarias del retorno a la unicidad nacional decimonónica, pero ahora en clave dictatorial y parafascista. Resulta ocioso discutir si el nacionalismo histéricamente españolista del Movimiento Nacional fue un pretexto para cubrir con la bandera de España las vergüenzas de los intereses de clase y el odio a la participación popular en los asuntos públicos o fue un ingrediente sinceramente sentido y, por tanto, un factor mayor de la formación y actuación de ese bloque. Probablemente hubo de todo. Pero lo cierto es que la existencia y acción de ese nacionalismo ha sido obvia durante cuatro décadas, tan obvia como las demás características mayores del sistema nacido de la Guerra Civil. "



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