El teatro de Buero Vallejo (fragmento)Ricardo Doménech
El teatro de Buero Vallejo (fragmento)

"También ahora podríamos preguntar a los coetáneos de Goya: ¿no les da miedo esa mirada, que es su «pintura negra», es decir, la verdad del mundo en que viven? Aunque quizá la pregunta fuera inútil, en el sentido de que no sería comprendida. Fernando VII, por ejemplo, vive en el error de creer que Goya «a mí me ha retratado poco, y a mis esposas, nada». Grave error, pues él, su corte, su reinado... están en las «pinturas negras».
Pero el incitante fragmento que antes hemos recogido, en la conversación Goya-Arrieta, nos mueve a una segunda y quizá más profunda reflexión. Todos somos sordos, se nos dice, como En la ardiente oscuridad nos había enseñado que todos somos ciegos. La sordera, como símbolo, es análogo al de la ceguera, en tanto que pone de relieve la soledad radical del individuo, los obstáculos que se oponen a una comunicación con el otro y a un conocimiento de la verdad. Pero Goya, como Ignacio, nos demuestra que frente a ello... «No debemos conformarnos». Desde esta España sumida en el terror -una vez más, en la oscuridad-, desde su precaria situación individual, Goya sueña, como Ignacio, lo imposible. Ese sueño personal de lo imposible es lo que simbolizan su interpretación de la mítica Asmodea y -en conexión con ella- las figuras de los Voladores: hombres libres, seres superiores, habitantes de una ciudad lejana y al mismo tiempo próxima, imagen de una España soñada y a la vez de una humanidad redimida de sus torpezas y sus crímenes. Goya espera que esos Voladores vengan a destruir la dictadura, a iluminar este mundo de tinieblas, de silencios y de miedos. No son los Voladores, sino los soldados realistas, quienes vienen a casa de Goya para destruirle a él definitivamente. ¿Definitivamente? «Si amanece, nos vamos», se repite a final, con insistencia, pero el sentido quizá esperanzado que ese título tiene en la pintura goyesca, parece encerrar aquí otro bien diferente, al menos a simple vista: quien se va es Goya -se va de España, ha claudicado en su deseo de pintar en España, ha sido derrotado-, y no los monstruos del célebre grabado -símbolo de la noche española-. Así, pues, ¿no amanecerá? Nos encontramos ante un final que recuerda, sensiblemente, el de Historia de una escalera y el de Hoy es fiesta. Un final en el que la esperanza del autor pugna por afirmarse y a la vez asume la conciencia de los obstáculos, cobrando así la forma implícita de una pregunta, cuya respuesta compromete la responsabilidad de sus espectadores. "



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