Un mundo al alcance de la mano (fragmento)Maylis de Kerangal
Un mundo al alcance de la mano (fragmento)

"Es un día entre semana, el trabajo espera, aplastante, sin embargo a los cinco minutos están sentadas frente a frente ante una cerveza, y el busto de Kate ocupa entre ambas un espacio desproporcionado. Yo me piro, lo dejo, vuelvo a casa. Paula no chista, pero escruta el rostro de aquella a la que llaman «big Kate»; el cabello strawberry blond -un rubio veneciano con reflejos rosas-, el trazo del lápiz de ojos a ras de las pestañas, espeso, la carne lechosa, un vago parecido con Anita Ekberg cuando planta las manos en el talle, echa los hombros hacia atrás y remacha: las maderas, los árboles, las molduras y los drapeados me la sudan, ¡game over! Da una palmada y añade con tono más alto: yo soy una artista. El tipo de detrás de la barra mira en su dirección, intrigado, más que nada porque Kate compensa con una carcajada la desmesura de tal declaración. Cabe pensar que rematará su gesto, se levantará, sacará del bolsillo calderilla húmeda, se encasquetará la capucha y se esfumará en la noche, pero no, permanece sentada, enmudece. Paula espera. Sus ojos rasgados brillan con expresión grave: aquí te enseñan a pintar la malla de un nogal de diez años y la de uno de cien, y nada más, es el trato. Kate rechina: ¡guay! Guay quizá no, prosigue Paula, irritada de repente, pero copiarlos implica en cualquier caso formarse una idea, querer conocerlos, tampoco es poca cosa. Se pasa una mano por la nuca, se echa el pelo hacia un lado con un gesto maquinal y empieza a retorcérselo, apretando la punta sobre la mesa, como si escurriera un pincel japonés. A continuación, declara con suavidad: echarse la siesta bajo un nogal enloquece, los nogales son frágiles y su sombra es fría, ¿lo sabías? Kate se encoge de hombros. El café está vacío. Cae la noche, nebulosa, y de pronto se adivina al observar a Paula que ya no está tan segura de que Kate farolee. ¿Lo vas a dejar ahora? ¿Te vas a largar cuando llevas dos tercios del curso? Kate no contesta. Se arrellana contra el respaldo de la banqueta y prosigue con voz lenta: acabaremos todos camuflando ruinas a bajo precio, tapando lienzos de paredes guarros con fachadas floridas o decorando habitaciones temáticas en hoteles birriosos, todo eso no es el mundo, lo sabes de sobra. Fuera, un raudal negro ha crecido en los arroyos de las aceras, las cornisas y los árboles chorrean, pero se ha acabado, ha dejado de llover, la plaza es un charco donde la realidad se deforma, y la voz de Kate suena clara cuando se acelera: estoy harta de copiar, de imitar, de reproducir, de qué sirve, vamos, te escucho. Ha hundido las manos en los bolsillos doblando los codos hacia atrás, con lo que las mangas de la cazadora se han retraído en los antebrazos, dejando al descubierto sus puños cuadrados, rebasando, bajo el cuero, tatuada, una espléndida aleta caudal. A Paula le gustaría arremangarla para ver el pez que circula en silencio por la piel de su brazo, él y los otros, sabe que están ahí, poderosos, el escualo receloso, la ballena secreta, el delfín amistoso, le gustaría posar una mano en sus pieles, le gustaría escoltar a esa fauna de las profundidades, tumbada sobre sus cuellos, transportada en su estela. En vez de eso, murmura en un susurro: sirve para imaginar. Kate se ha quedado petrificada. Durante unos segundos, su mirada se clava en la calle, se desplaza tras los pasos de los que abandonan los refugios para reemprender la marcha, evitan los canalones y sortean los regatos. "


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