Cicatrices de la memoria (fragmento)Sealtiel Alatriste
Cicatrices de la memoria (fragmento)

"Habían ido a despedirse del maestro al salón de clase, ese año no recibiste ninguna medalla en la ceremonia de clausura y estabas consternado, pero las palabras del profesor te dejaron frío: estuviste a punto de reprobar el año. Te recuerdas caminando con tu mamá por el pasillo donde estaba el salón de clases, el color verde claro de las paredes era deprimente, el patio que se extendía más allá del balcón, donde tus compañeros empezaban a retirarse, te pareció el campo yermo de la batalla que, sin saberlo, estuviste a punto de perder; tu mamá te apretó la mano y empezó a decir lo que sin duda creía era lo más reconfortante; sus palabras y su voz eran cálidas, firmes, exigentes, calificativos que daban la impresión de ser antagónicos, que no buscaban consentirte sino rescatarte de la desesperación en que te estabas sumiendo. Según la pedagogía que al poco iba a imponerse, tu madre debió decirte que te sintieras orgulloso de tus dones, que si habías demostrado destreza con la gramática, lo que era mucho, a esa capacidad debías confiarte, pues gracias a ello habías salvado el año; quizás era lo que esperabas escuchar en vez de lo que ella dijo: que te ocuparas de aquello en lo que habías fallado y estudiaras con más ahínco aritmética y ciencias naturales; tal vez el otro procedimiento era más sano, pero tu madre no podía actuar así, ella misma había empezado a vender joyería para ayudar a resolver la situación financiera de tu padre, no le gustaba nada aquel trabajo, era una señora de su casa, pero no le importó si le gustaba o no, pues su intención era abrir una puerta, una ventana por la que entrara un aire de salvación y, en tu caso, la única forma que conocía era darte fuerza para enfrentar tus dificultades —o tus debilidades— y que no te refugiaras en tus pequeños triunfos.
Por alguna razón esas dos escenas acabaron por juntarse en tu memoria —la de las dobladoras danzando lentamente en el espacio detenido del taller con la de ti mismo caminando por el pasillo de la escuela, pensando que podías haber reprobado y te habías salvado gracias a tus habilidades con el lenguaje—. Veo a las dobladoras nuevamente, y me parece que ese velo que iba cayendo sobre ellas está hecho de palabras, y que tras ellas flotaba el olor de la tinta de impresión. Fue esa sinestesia, ver y oler las letras al mismo tiempo, lo que irremediablemente ha juntado en tu mente estos dos recuerdos.16
Finalmente tu papá se curó, la novela ilustrada no fue un éxito pero le dio los medios para saldar casi todas las deudas que le dejó Súper Ediciones S. A., uno que otro acreedor siguió visitando su casa durante varios años, alguna vez embargaban la consola, otras la televisión o el coche que habían comprado en un lote de segunda mano, pero las peores desgracias que temieron nunca llegaron, y tu papá pudo regresar a lo que siempre había hecho: dibujar, y al poco lo contrataron como director del suplemento dominical de historietas de un periódico que estaba a punto de aparecer: El Heraldo de México (en el que con tanto éxito, también, adaptó al cómic varios clásicos de la literatura universal, Moby Dick, entre ellos, donde apareces como asesor literario), con lo que las úlceras que los habían mantenido en vilo quedaron para el recuerdo, terminó la larga etapa de tu infancia y empezó la adolescencia.
En un libro que tituló Experimentos con la verdad, Paul Auster reúne pequeñas historias de hechos aparentemente inexplicables, en que la casualidad juega un papel central, pero que al mismo tiempo parece desvelar un cierto orden del azar, como si algo interior —un deseo no comprendido, el miedo, la angustia, las huellas de la tristeza— cifrara el destino que les espera a los protagonistas. Una joven checa, por ejemplo, viaja casualmente a Alemania, conoce a un muchacho, se enamoran y al poco contraen matrimonio; ella es huérfana, su padre fue a la guerra y nunca se supo más de él; algunos meses después fallece el padre de su marido, y se entera de que era, igual que ella, checoeslovaco, y reconstruyendo su historia se percata de que es el padre que nunca regresó a su hogar después de la guerra: el destino, la casualidad, le había permitido encontrar a su medio hermano para casarse con él, recuperar a su padre, y dar sentido a su melancolía. "



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