El Pueblo soy yo (fragmento)Enrique Krauze
El Pueblo soy yo (fragmento)

"En marzo de 1971 Padilla fue arrestado y, después de cinco meses de prisión y diarios interrogatorios, “confesó” sus crímenes contra la Revolución. Varios escritores de fama protestaron públicamente y Castro ordenó la censura de todos ellos en Cuba. La consigna pronunciada por Castro en 1961 era ya definitiva: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”.
Lo sigue siendo hasta ahora. En Cuba, es verdad, la sociedad ha recobrado un cierto espacio: se tolera (con muchos límites) la actividad económica privada y la libertad de movimiento (aunque los cubanos no pueden subir a embarcaciones turísticas). Tampoco se persigue a la gente por su atuendo, sus gustos musicales, sus preferencias sexuales o creencias religiosas. Pero, igual que los Ford o Chevrolet que circulan por las calles de Cuba, así quedó congelada la vida política y las libertades civiles bajo la dictadura que Fidel construyó entre 1959 y 1971. En 1960 se acalló a la prensa, la radio, la televisión, las universidades, los movimientos estudiantiles, los sindicatos. Hoy se acalla cualquier manifestación de disidencia.
Hoy ya no se manda a los disidentes a campos de trabajo, pero en 2014 hubo en Cuba 8.899 arrestos políticos temporales, cuatro veces más que en 2010 y 40% más que en 2013. En Cuba “tenemos un concepto distinto de los derechos humanos”, dijo la canciller cubana Josefina Vidal a Roberta Jacobson —entonces subsecretaria de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental— en su primera reunión en La Habana, el 22 de enero de 2015.
Ésa es la Cuba con la que el presidente Barack Obama, en un gesto valeroso e inteligente aunque lleno de riesgos políticos, decidió normalizar relaciones diplomáticas a finales de 2014.
A la luz de la historia económica y social de Cuba se entienden mejor los avatares diplomáticos y políticos del diferendo con Estados Unidos, tema del libro Back Channel to Cuba: The Hidden History of Negotiations between Washington and Havana, de William M. LeoGrande y Peter Kornbluh. La impresionante investigación (archivos privados y públicos, documentos desclasificados, entrevistas con sobrevivientes) les llevó 10 años y su registro de fuentes ocupa 65 páginas. No es casual que haya aparecido meses antes del acuerdo entre Raúl Castro y Obama: parece su prolegómeno intelectual.
Del cruce de ambas historias queda claro que un acuerdo como aquél habría sido prácticamente imposible en el largo periodo de la Cuba alineada con la URSS y sus satélites. Siempre hubo canales traseros de comunicación, personajes e historias que parecen inspiradas en las películas de James Bond, buscando con afán un acercamiento. A veces sus intentos tuvieron algún éxito, sobre todo en temas migratorios y liberación de presos. Pero lo cierto es que antes y después de aquella etapa sólo se entreabrieron dos ventanas de oportunidad: en la primera administración de Clinton y en el remoto periodo de Kennedy.
Entre 1971 y la caída del Muro de Berlín, Cuba no sólo gozó de un subsidio generoso y un comercio exterior boyante y estable sino que desde 1972 —“año de la emulación soviética”— comenzó a adoptar la ideología y las instituciones de la URSS. La Constitución de 1975 decretó el régimen de partido único basado en la doctrina del marxismo-leninismo. Se reescribió la historia de acuerdo con el libreto soviético, se adoptó el “ateísmo científico”, se establecieron programas culturales e intercambio de estudiantes. No obstante, sin dar aviso a Nixon ni a Ford, Henry Kissinger tendió algunos puentes que se cerraron súbitamente tras el anuncio del apoyo militar cubano al régimen de Agostinho Neto en Angola. En 1976, con un gabinete dividido entre “halcones” y “palomas”, pero con la intervención de diversos asesores y personajes del exilio, la administración de Jimmy Carter quitó restricciones de viaje a Cuba, abrió oficinas de representación (“interest sections”) en Washington y La Habana, cesó los vuelos de reconocimiento sobre la isla y obtuvo a cambio liberaciones de presos y un dique a la avalancha humana que había comenzado en 1980 desde Mariel. Por desgracia, los desacuerdos con respecto a la presencia cubana en Mozambique y Angola y la persistencia del embargo estadounidense (impuesto en 1962) impidieron que las decenas de conversaciones secretas que se llevaron a cabo en La Habana, Washington, Nueva York y hasta en Cuernavaca tuvieran éxito. Según los autores, Carter fue un presidente de la pos-Guerra Fría cuando ésta no había terminado. "



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