Campeones (fragmento)Guillermo Meneses
Campeones (fragmento)

"Teodoro salió descorazonado, rabioso; rápidamente, corriendo casi, caminó hacia su casa. Apenas abrió la puerta se echó en el mecedor donde su padre dormitaba después de la comida, apoyó los codos en las rodillas y apretó la cabeza entre sus manos recias. No quería que nadie lo viera, que nadie le preguntara… ¡qué desconsuelo profundo, enorme, horrible, dentro del pecho! ¡Qué negro y grande desconsuelo! Aquella soñada felicidad —triunfos, mujeres, borracheras— estaba perdida… y él, que estaba tan seguro de que conseguiría su puesto de pitcher al hablar con don Luis… ¡si siquiera hubiera ido a verlo antes!… Se golpeó duro la cabeza: ¡estúpido! ¡maldito!
La cara de Pura asomó en la puerta de su cuarto y se ocultó de nuevo, piadosa, al notar la rabia desconsolada del hermano, mientras los pensamientos de Teodoro seguían los caminos de su tristeza: ¡Bien ridícula había sido esa seguridad de que habían de aceptarlo en el «Nueva York» apenas él quisiera!… Si señor: ¡bien ridículo había sido pensar tal cosa!… En ese momento, creía que nunca fue buen jugador. Era una dolorosa espina ahí, pinchando el alma; una grave y dolorosa lucha; entre sus ambiciones y su desconsuelo. Hasta dudó de sus triunfos: acaso había sido para burlarse de él lo de sacar su nombre en los periódicos; acaso los que lo mandaron a escribir se estaban riendo de que él creía todo aquello. Por un instante, Teodoro Guillén, el desgraciado, sintió que todos los hombres eran enemigos y los odió a todos con tembloroso y terrible odio repleto de tristeza. Su figura de vencido era como una estatua gastada por el tiempo.
Se rozó la cara con los dedos, suavemente. Estaba sudado, repleto de calor y de amargura y, a su lado, Pura lo miraba curiosa y amante. Cuando él la advirtió se levantó rápido por despegarse aquella cariñosa mirada fraternal. "



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