El huésped de Job (fragmento) "Era el segundo ataque en tres días de viaje, y el más serio. Nadie podía acallar a los demonios o los gusanos de la sífilis que se revolvían en su cuerpo, sin gobierno, y Aníbal lo sabía. Lo único que podía hacer era ampararle la cabeza para evitar que se hiriera en las revueltas y sacudidas que hacía al debatirse. João Pórtela se revolcaba de espaldas y se desgarraba el rostro con los uñas. Se estremecía como una culebra, agarrada, surcando la polvareda del camino, pero sin salir del mismo sitio, y vibrando. Poco a poco, los asaltos violentos se fueron haciendo más espaciados, más breves, más blandos. Después, con mucho esfuerzo, consiguió sentarse y quedó con la boca abierta, mirando vagamente al compañero y el compañero mirándole a él. Lo que más impresionaba era el silencio y la resignación con que dos personas, una sana y otra enferma, aguardaban el nuevo ataque que iba fermentando en el cuerpo de una de ellas y que surgiría de un instante a otro sin que se le pudiera dar combate. João Pórtela, muy tenso, parecía escuchar lo que le iba en la sangre. Se preparaba para recibir ese momento, ese castigo de su naturaleza infeliz, triste y conformado como una víctima a merced de una orden de la que no puede huir. El viejo también. El golpe vino con un estirón tan rápido que, cuando Aníbal quiso agarrar al amigo, ya éste se había retorcido en el aire con un aullido, y quedó tumbado en el polvo, rígido. Echaba espumarajos por la boca y aún peor, se iba quedando frío. Alarmado, el viejo se agarró a él como loco. Le refregó los pulsos, le calentó la piel hasta que le ardieron las manos. " epdlp.com |