Trimalción (fragmento)Francis Scott Fitzgerald
Trimalción (fragmento)

"Él alzó la mano para callarme, luego me miró con una desolación inolvidable y finalmente abrió la puerta con cautela y volvió al comedor.
Yo salí por la cocina al jardín, tal como se había escabullido él media hora antes, y corrí bajo la lluvia hasta un inmenso roble cuyo ramaje me hizo de paraguas. Mi descuidado jardín, afeitado al ras por el jardinero de Gatsby, era ahora un pantano uniforme, prehistórico. No había mucho que mirar desde abajo del roble salvo el enorme caserón de Gatsby, así que allí fijé la vista, como Kant en el campanario de su iglesia. La casa había sido construida por un magnate cervecero a comienzos del furor por el estilo «de época», quince años antes. Según decía el rumor, el tipo ofreció pagar cinco años de impuestos a todas las residencias vecinas, por entonces bastante sencillas, si sus dueños aceptaban techarlas con paja. El rechazo a la propuesta seguramente enfrió su plan de Fundar Una Familia, porque entró en inmediata decadencia. La casa se vendió con la corona fúnebre todavía colgada en la puerta. Mis compatriotas están siempre listos para servir, pero han sido históricamente reactivos a la idea de ser siervos.
Media hora después asomó el sol y la camioneta de la tienda de comestibles frenó en la entrada lateral de la mansión, con la materia prima que conformaría la cena del personal: difícil que Gatsby probara bocado esa noche. Una mucama empezó a abrir las ventanas del primer piso; se asomaba brevemente en cada una y desaparecía; en una de esas apariciones se apoyó en la saliente y dejó escapar una escupida abajo. Consideré que ya era hora de volver.
La lluvia había ofrecido un manto de intimidad al murmullo de sus voces adentro; en el silencio que había sobrevenido junto con el sol, me pareció que también se había hecho silencio en la casa. Entré por la cocina, después de anunciar mi presencia con todos los ruidos posibles, pero no creo que ellos oyeran el más mínimo sonido. Estaban sentados a cada extremo del sofá, mirándose como si una pregunta o una respuesta hubiera quedado pendiente en el aire, pero todo vestigio de tensión había desaparecido. La cara de Daisy estaba mansamente surcada de lágrimas; cuando entré se levantó de un salto y fue a arreglarse ante el espejo. La transformación de Gatsby era asombrosa: literalmente resplandecía. No necesitaba ni palabras ni gestos para mostrar el bienestar que emanaba de él y llenaba la habitación. "



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