Visto y oído (fragmento) "Juan de Garay funda el puerto de Santa Fe con la intención de conectar Paraguay y el Alto Perú con el Río de la Plata. Santa Fe dependió primero de Asunción y cuando se fundó el virreinato de Buenos Aires. Pensándolo bien, es una provincia abierta a todos los vientos: está abierta a Córdoba (Sancor, la gran cooperativa tambera significa Santa Fe-Córdoba), a Entre Ríos por el puente se llega en 20 minutos y es ruta hacia las provincias del norte y hacia Buenos Aires. Hace ocho años que no vengo y encuentro remodelada toda la zona del puerto. El hotel “Los Silos”, el casino y el shopping cercano están hechos sobre los Silos primitivos. Visto a la distancia, desde un largo puente peatonal que lleva al microcentro y construido para evitar el gran tráfico de la costanera, se ve el hotel, de muchos pisos, el casino, un Coto gigante y un enorme barco varado. El hotel tiene una puerta que comunica con el casino. En el hotel regalan vales de diez pesos para jugar, sólo utilizables si se le añade diez pesos a cada uno. Pero no sólo eso, las batas que venden en una especie de freeshop en el casino son las mismas que quedan a disposición del huésped en la habitación del hotel. Al preguntar por esto, me dicen: “El hotel, el casino y el shopping corresponden a la misma sociedad, los torneos de póker se hacen en el hotel”. Santa Fe tardó mucho en tener casino; la Iglesia se oponía al mismo; según las malas lenguas porque percibía muchos ingresos de la lotería, según las buenas, porque acarrea la perdición de la gente. A la noche me puse a jugar un poquito para disimular que tomaba notas (entré de día con un anotador en la mano y me dijeron que no se puede). En la puerta están la bandera argentina, la de Santa Fe y la del casino. Tiene de largo más de una cuadra y un mundo de vigilantes, encargados de bar y de juegos, barrenderos que barren constantemente. Cada dos o tres metros hay un barcito para que la gente no tenga que salir afuera a tomar algo; si sale afuera, recapacita sobre lo que está haciendo y se va. Hay como flashes de luz, destellos constantes de los juegos iluminados, desniveles, escaleras, todo eso hace que uno se sienta mareado y confundido, puedo anotar lo que quiero porque nadie mira a nadie, cada uno, como Antón Pirulero atiende su juego. Pero no es cierto que no me miran: el de vigilancia me está mirando, parece un guardaespaldas, dispuesto a intervenir en el primer entredicho. ¿Qué argamasa une a los jugadores, qué tienen en común? Me parece que una cierta opacidad, un no darle importancia a la ropa, algunos están vestidos sólo como para cubrirse, nomás. Pero no creo que exista un perfil posible general del jugador: creo que cada uno lo hace por motivos distintos. Vi una señora de más de ochenta años con un bastón, con aspecto de respetable abuela. Una mujer de unos cuarenta años, de pelo rubio teñido de casi blanco, con zapatos puntiagudos y un saco de grandes florones. Su vestido es negro. El vivo contraste entre su pelo y el negro, la vestimenta tan neta me hace pensar que debe ser una persona que cree en extremos dramáticos: el triunfo o el fracaso. Sospecho que quiere ser otra: más linda, más elegante, mejor teñida. Pasa una señora con cara de pocos amigos, me parece que le pide una revancha a la vida, piensa que ella se merece más. " epdlp.com |